Colombia ya ha tenido suficiente con el largo e incesante conflicto armado interno con miles de muertos, desaparecidos, desplazados, despojos y violaciones de los Derechos Humanos como para venir a atizar el fuego con la profundización de las divisiones sociales y la estigmatización que pueden terminar muy mal.

Eso lo debería entender muy bien el presidente Gustavo Petro, cuyo gobierno por un lado impulsa la política de ‘Paz Total’ pero, contrariamente, juega a la lucha de clases con un encendido  discurso radical.

Todo eso dista del insistente acuerdo nacional que también pregona la Casa de Nariño, que en últimas pareciera ser una metodología  puesta en marcha por el Gobierno Nacional para que  ese ramo de oliva que ha venido ofreciendo al país y a la oposición nunca tenga la opción de convertirse en una forma de mejorar la gobernabilidad y sacar adelante los proyectos y las reformas propuestas.

Sucede que durante su discurso en la plaza de Bolívar, en Bogotá, donde confluyó la marcha del primero de mayo, el presidente fustigó a quienes participaron en la manifestación opositora del 21 de abril, al señalar que había un sentimiento retrógrado entre los participantes porque sentían nostalgia por la Constitución de 1886.

Y ahí les lanzó lo que se ha interpretado como una especie de llamamiento a guerra civil: “si intentan un golpe contra la voluntad como el 19 de abril, el pueblo recuperará la democracia”. Esa referencia es al asesinato del caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán, que desencadenó en el Bogotazó en 1948.

El pasado martes, el presidente volvió a insistir en una asamblea constituyente para sacar adelante las reformas sociales, aspecto que reavivó la polarización con las fuerzas  políticas que son contrarias al gobierno del cambio.

 Y en ese instante lanzó un ataque directo contra el expresidente  y jefe del Centro Democrático, Álvaro Uribe Vélez, de quien dijo: “los que apoyaron el proyecto uribista se equivocaron... el presidente Uribe de equivocó de cabo a rabo”, señalándolo específicamente por las largas jornadas laborales en el país por decisiones tomadas en ese gobierno.

La continuación de sus afirmaciones de confrontación adquirieron un nivel más fuerte al señalar desde la plaza que en Colombia “hicieron de las pensiones un negocio de los banqueros”.

 Y un Petro absolutamente radicalizado contra las familias que en el país han ostentado el poder, dijo  que a los sectores de la oposición  “no les gusta que no me llame Ospina, que no me llame Lleras, que no me llame Santos”.

Esa carga de fuertes mensajes son los que dejaron un sinsabor en el país, puesto que de la conciliación y el diálogo del que tanto se vanagloriaba Petro de ser un defensor, ahora la idea que deja es que no le interesa seguir por ese camino.

Colombia no merece volver a caer en extremos como los que ahora está advirtiendo el senador David Luna, luego de interpretar lo expuesto por el presidente Petro: “Ha cruzado una línea roja. Mientras habla de un acuerdo nacional incita a una guerra civil. ¿Cuál acuerdo nacional? ¿Una constituyente para reelegirse?”.

Ninguno de esos escabrosos senderos equivalen a la salvación de Colombia y tampoco le servirán a nadie porque ya sabemos muy bien que la violencia se transforma en una espiral indetenible que arrasa y atrapa a todos sin distingo alguno. La historia nos lo demuestra con relatos, cifras y antecedentes contundentes.

La mesura, el diálogo, la convivencia en medio de la diferencia, la concertación son fundamentales en este momento para conservar la democracia y reiterar que los extremismos y las posiciones de tinte dictatorial son finalmente causantes de dolor, pobreza y desazón para ese pueblo que dicen defender quienes utilizan esas tácticas.

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