Me tomo un poco más de los 140 caracteres que me permite el twitter, para adherirme en forma solidaria a la iniciativa de La Opinión #CucutaNoEsUnPeladero y contarles que no nací aquí, que el peladero que me tocó cuando emigramos estaba en el Diviso, las calles estaban peladas, recién hechas, quedaba en los extramuros de una ciudad todavía pequeña, para entonces poblada por muchos árboles, cujíes, matarratones y acacias, también había cactus. Allí poco a poco iban llegado, como todavía ocurre, los paisanos procedentes de los diferentes pueblos del departamento, con la ilusión intacta y sin estrenar de obtener un mejor futuro.
El tesón y el trabajo, la solidaridad y el esfuerzo se juntaron poco a poco y a medida que crecía la población también lo hacían las voluntades de todos aquellos que con medidas ambiciones al compás de las posibilidades construían su vivienda, la iglesia, el parque, la escuela y todavía quedaba monte donde organizar paseos, cazar lagartijas y recoger el fruto de las tunas silvestres.
No fue de la noche a la mañana que ocurrió el cambio en ese entorno cargado de esperanzas y con la iniciativa de sus líderes y el apoyo de los demás, el peladero se fue transformando, al tiempo que la gente se fue educando, aprendiendo artes y oficios y los más enjundiosos un día, en el momento justo pudieron marcharse para convertirse en profesionales, lo que para muchos era impensable. Así que cuando cada uno de los que había logrado ese peldaño, hubo fiesta con alcance popular, era el triunfo de alguien que había salido de aquel peladero y había regresado luego de haber logrado superar los escollos que parecían infranqueables.
Como en ese peladero y con esas personas, ocurrieron historias similares en la periferia de esta ciudad que ha crecido, superándose, no por las grandes obras, solo ha sido por la gente, que es lo más valioso que tiene la ciudad, no por su número sino por su calidez, su forma de ser, su estilo único y reconocible en todas partes, lo cual es la verdadera esencia de la ciudad que sentimos como la casa propia. Con problemas que, no son pocos y los reconocemos para mejorar.
Al igual que muchos cucuteños empeñados en ayudar a surgir a la gente estamos en la empresa de educar para construir una mejor ciudad, donde no se muere sino se vive, se añora y se quiere, se habla con franqueza más que con volumen, pero sin denigrar a las personas, bien sean de aquí o hayan llegado para quedarse en medio de la calidez de clima y su gente.
Desde cuando estábamos en la niñez aprendimos a querer al Cúcuta deportivo, nos ponen felices sus triunfos y ojalá fueran todos los días, eso nos alegra el espíritu tal como le ocurre a quien es hincha de cualquier equipo en cualquier parte del mundo, la divisa rojinegra es parte de la esencia de esta noble tierra y de donde no puede irse ahora ni después.
Los orgullosos cucuteños y los que nos hicimos aquí porque crecimos y nos volvimos viejos queremos a la ciudad como se ama a la que nos parió, con la consigna de ponernos a su servicio siempre y nunca en su contra por más que soplen vientos y tormentas. Los insultos ayudan a que reaccionemos y nos pongamos en la tarea de echar para adelante y construir la ciudad que queremos para nuestros descendientes, mejorando como sociedad, sin destruirla con injurias que convierte en ruin y merecedor del desprecio a quien las profiere.