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Aquel 12 de octubre
Se rumora en voz baja que algo se traen entre manos Isabel y Cristóbal, a escondidas de don Fernando, el Rey, que se hace el de la vista gorda y  no les para bolas a los chismes.
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Jueves, 12 de Octubre de 2023

Trasladémonos, por un momento, ustedes y yo, al 3 de agosto de 1492. Vayamos al puerto de Palos, cerca de Moguer, Italia, donde hay un remolino de gentes, curiosos de toda laya, a la espera de que lleguen las tres carabelas que partirán hacia América ese día, bajo el mando de un tal don Colón, a quien la reina Isabel la Católica, nuestra reina de España, le ha confiado sus alhajas y sus joyas y hasta sus secretos. 

Se rumora en voz baja que algo se traen entre manos Isabel y Cristóbal, a escondidas de don Fernando, el Rey, que se hace el de la vista gorda y  no les para bolas a los chismes.

A Cristóbal lo llaman el Almirante, y las mujeres se mueren por conocerlo, pues debe ser todo un churro para que nuestra reina Chava se fije en él. Yo, por mi parte, pienso que podría entrevistarlo para una de mis columnas en el periódico. Es verano y el sol empieza a calentar, casi tanto como en Cúcuta. Pero en mi ciudad tenemos árboles y sombra y brisa, en tanto que allá en el puerto sólo hay arena y sol y mar.

De pronto se escucha un rumor. “Ya vienen”, me dice mi mujer, empinándose para ver mejor. En efecto, allá en el anchomar han aparecido tres puntos blancos que se van agrandando a medida que se acercan. La gente está alborozada. Una papayera empieza a tocar Brisas del Pamplonita y la pólvora empieza a sonar.

Tres grandes barcos llegan con las velas al viento, y a sus lados llevan grandes letreros que los identifican: La Pinta, la Niña y el más grande, la Santamaría. Me acuerdo de las pancartas de los candidatos, ahora que estamos en campaña electoral. Letreros grandes y atractivos: “Vote por mí. Soy el mejor”.

En medio de toda la parafernalia que se forma, se escucha la voz de un megáfono chillón que empieza a saludar al Almirante y a su comitiva. (No sé por qué, vuelvo a pensar en cierto megáfono que hizo historia en Cúcuta hace cuatro años, pero no escucho la palabra de entonces, “zurrón”).

La locura es cuando el almirante se asoma a la barandilla del barco. Agita las manos, el viento le revuelve la cabellera rubia y una sonrisa de Descubridor se dibuja en su rostro. La policía, al mando de una mujer, tal vez también una coronela, abre paso y permite que las gentes suban a conocer las embarcaciones. Cristóbal y su gente han venido a despedirse de su pueblo y a recoger algunos víveres y chécheres para la travesía, mar adentro.

Tienen poco tiempo porque deben cumplir con el calendario establecido. Deben estar llegando a América el 12 de octubre, según la agenda de los marinos. Para ese día han programado la presencia de cientos de indígenas que le darán a Colón el saludo de bienvenida. El presidente Petro enviará a sus indios, que tiene organizados en la Plaza de Bolívar, y con los cuales cuenta para lo que sea necesario. Colón dice que debe llegar a tiempo al mundo nuevo, pues a él sí no le gusta llegar tarde, y no quiere dejar esperando a la indiamenta. Por eso se despiden a las carreras y el Almirante da la orden de partida.

Yo, que también he subido a la Santamaría, hice el intento de hablar con Cristóbal: “Almirante -le dije-soy de La Opinión de Cúcuta…” O no me escuchó o se hizo el toche. Me dejó hablando solo. Pero de pronto se volteó y me dijo: “¿Cómo dices, viejo?”


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