Si algo han dejado en claro estos casi dos años de pandemia es el conflicto entre los intereses de las empresas, que son de corto plazo y las necesidades del país que son de largo plazo no para generar beneficios económicos de corto plazo sino un crecimiento sostenible y equilibrado en el tiempo, económica y socialmente.
Conflicto que es visible y creciente cuando se ha iniciado una recuperación económica pospandémica en el mundo y con ella afloran los mayores riesgos y fragilidades que tienen las economías nacionales. Este es un llamado de atención del economista Daron Acemoglu frente a la atención de los empresarios a sus negocios a corto plazo sin tener en cuenta las realidades donde los sobrecostos en la producción aumentan en la medida en que las cadenas de suministro en la economía se hacen más extensas y complejas, donde la falla en uno de sus eslabones se puede proyectar a otros, poniendo en riesgo hasta la seguridad alimentaria en ciertas naciones.
Una pandemia que acrecentó la concentración de riqueza a escala nacional y mundial, e hizo aún más inequitativo el acceso a condiciones de vida digna al grueso de la población universal, donde el tema de la vacunación es un ejemplo contundente y dramático y contundente, pues el problema no es técnico ni económico, sino de insolidaridad y de ausencia de al menos los elementos básicos de un gobierno supranacional; sueño frustrado con la ONU, guardián de unos componentes básicos de un interés general mundial; utópico pero necesario en el mundo de hoy.
Además, en el escenario del actual sistema económico mundial se hace explícita la diferencia sustantiva entre la lógica e intereses de las empresas individualmente consideradas y las de la economía como un todo. Diferencia fundamental que nace del hecho de que las decisiones de las empresas, de sus directivos y ejecutivos se rigen fundamentalmente por la búsqueda de ganancias de corto plazo para los accionistas, dependientes primordialmente de las señales de las bolsas de valores con su alto componente inmediatista y especulativo. Pero no son solamente los intereses de corto plazo de los accionistas, sino los de los altos ejecutivos con sus ingresos extraordinarios a los cuales crecientemente se les premia no su capacidad para aumentar el poderío y la iniciativa de las empresas a su cargo, sino el valor en un momento dado de su acción en la bolsa; valor que en alto grado es en el actual capitalismo financiero, especulativo y manipulable.
Mientras tanto, los intereses de la sociedad y de la economía como un todo, que deben ser el corazón de la política pública, en esta etapa de predominio del capital financiero alimentador y beneficiario como ninguno de la especulación reinante, están expósitos y a la buena de dios.
Una situación anterior a la pandemia desnudada y dramatizada por esta, con efectos cada vez claros y preocupantes que reclaman un timonazo fuerte y a tiempo que solo pueden realizar los estados nacionales, a partir de reconocer que el desarrollo de cada país requiere una política, una estrategia de acción de mediano y largo plazo liderada por un estado defensor y guardián del bien común, del interés general. Atrás debe quedar, por la fuerza de los hechos y exigencia de la realidad, el principio del viejo liberalismo del estado mínimo. Se necesita un estado fuerte y suficiente, no en nómina sino en autoridad y compenetración con los intereses de la nación, es decir, de los ciudadanos, expresados en una política nacional de desarrollo, acordada democráticamente, que reconozca y defienda el puesto de Colombia en este mundo y esta economía globalizada.
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