Ser libres y autónomos son rasgos que definen la condición moderna de ser, como persona o como sociedad. Hacen parte de los objetivos del ideal democrático liberal y occidental con su búsqueda de la equidad y el respeto en las relaciones ciudadanas, tenidas como condiciones necesarias para garantizar la confianza pública y evitar los conflictos que llevan a malgastar las energías sociales e individuales en defenderse y no en construir, como nos sucede hoy en Colombia.
Esa actitud, esa comprensión de la realidad y la vida constituyen el fundamento de las sociedades y las economías nacionales que son eso, nacionales, ni importadas ni dependientes. Urge reivindicar lo nacional ahora que desde sectores tanto ultraliberales, “cosmopolitas”, como de visiones que se les oponen, con una actitud de corte antisistema que ensalzan lo territorial y comunitario, tenidos como lo auténtico y específico opuesto al cosmopolitismo elitista y alienante. Ambas posiciones confluyen en su afán por borrar todo vestigio de lo nacional.
Es desde la nación que se construye la economía que ha de sostener el edificio de la sociedad democrática, moderna e incluyente. Hoy a Colombia le urge construir un capitalismo que aproveche y desarrolle nuestro potencial productivo natural, humano, cultural y social, porque el existente hasta ahora no solo no cumplió a cabalidad esa tarea, que es histórica y urgente, sin la cual lo demás es cuento, sino que terminó en la caricatura de capitalismo que tenemos, el de los pulpos financieros, de los especuladores y de la economía del crimen, que estrangulan y desplazan a los empresarios que independientemente de su tamaño, pero especialmente los medianos, crean posibilidades de empleos dignos, estables y debidamente remunerados, único camino verdadero para acabar con las lacras sociales del desempleo y de la informalidad de casi la mitad de los colombianos que tienen algún trabajito y se rebuscan la vida, miserable y en la imposibilidad de aportar al proyecto nacional.
Y para ello debemos revisar nuestras relaciones con la economía mundial montadas en la falacia de que exportando y sacrificando el mercado interno saldremos de la pobreza que nos aflige. Los TLC de puertas abiertas deben ser revisados no para cerrarnos al mundo, sino para integrarnos de manera tal que se proteja lo propio y nuestra capacidad nacional de producir riqueza a la par que podamos acceder ordenadamente y no como en un bazar de chucherías y rebajas, a aquellos bienes y servicios que no producimos pero que son necesarios. Una protección flexible y realista a la producción, trabajo, gestión y emprendimiento nacional, que no implique privilegio para unos pocos empresarios, sino facilidades al capital y a la gran capacidad empresarial colombiana. Más que un privilegio implica asumir la responsabilidad y aprovechar las posibilidades para adelantar su tarea productiva.
El gobierno, como garante del interés general debe velar porque las empresas y ramas protegidas, respondan a esa confianza y estén a la altura del privilegio otorgado, dando lo mejor de sí en términos de calidad y precios de sus productos, pues la protección no es para crear monopolios, como sucedió en ocasiones anteriores, sino para prestarle un decidido apoyo a la producción nacional, que es como decir a Colombia, recibiendo por ello el debido apoyo y protección y una retribución económica justa, no de explotación al trabajador o al consumidor nacional.
Política de protección al trabajo y creatividad, gestión y emprendimiento nacional al capital e inversionista nacional, que requiere complementarse con normas para la inversión extranjera que ha de ser complemento y no sustituto del capital y la iniciativa nacional. Esa es la tarea pendiente que tiene el país.