Tú lo sabes, y por eso no pude ayer celebrarte tu día. En primer lugar, el tapabocas nos impide dar piquitos. Y celebraciones sin piquitos no valen la pena.
Segundo, por ser ayer un lunes, las floristerías estaban sin flores frescas, de las que tanto te gustan, y no encontré algún ramo que pudiera complacer tus gustos exigentes en materia de gajos y de flores.
Tercero, por el toque de queda y por la nueva cepa, no encontré mariachis disponibles para haberte llevado una serenata con rancheras de aquellas que estrujan el alma y el bolsillo.
Por lo mismo, no pude salir a los almacenes a buscar un regalo apropiado para una excelente secretaria. Yo no puedo salirte con un chorro de babas. O es algo bueno. O no es nada. Por eso decidí que cuando pasen la primera y la segunda y la tercera cepas y las demás que vengan, te daré todos los regalos que te mereces, pero sin peligro ninguno.
Otra cosa, y tal vez la más importante: Tú sabes que no son los regalos o los detalles materiales lo que significa gratitud. Es la parte de adentro. Del corazón. O del hígado. O del alma.
El mundo moderno no puede vivir sin secretaria. Donde quiera que haya una oficina, aunque sea virtual, debe haber una secre para que ayude a manejar la cosa, sea la cosa pública o la privada. Donde no hay secretaria, el asunto marcha patas arriba, sin orden, sin elegancia, sin belleza, sin fragancia de perfumes.
Dios, por ser Dios, fue el único empresario que no necesitó de secretaria. Me imagino el relato de la Biblia: “Y Dios le dijo a su secretaria: Señorita, por favor, distribúyame la agenda de esta semana, de lunes a sábado. Debo crear al mundo, día por día: la tierra, el cielo, el sol, la luna, las estrellas, los animales, y al hombre lo dejamos de último”. Y así fue. La secretaria le organizó la agenda, le alistó los materiales, le organizó los laboratorios. Sólo faltaba el hombre. Entonces el Creador le dijo a la secretaria (bonita, piernoncita, alegre y dinámica):
-Señorita, por favor, hágame el pedido de arcilla para hacer al hombre.
-¿Y también para la mujer? –dijo ella, pensando en su gremio.
-No, señorita. La mujer será un hueso duro de roer. A ella la haré de una costilla. Ya tengo el plan.
Pero Dios no necesitaba secretaria. Eso creía Él. Y la verdad es que si hubiera tenido secretaria, el embrollo de la creación le hubiera salido mejor. La señorita secre hubiera pedido arcilla cucuteña, la mejor del mundo, para el muñeco de barro. Pero no había secretaria y le llegó cualquier barro y por eso el hombre salió como salió: arrogante, pendenciero, envidioso, buscapleitos, tiraplomo, inconforme, guerrillero, amigo de gritos y manifestaciones. Si hubiera tenido secretaria, ella le hubiera dicho al Señor que a la mujer no la hiciera de una costilla, sino de un hueso pensante de la cabeza. Pero faltó la creatividad, el empuje y la berraquera de la secretaria. Y la creación salió como salió y por eso estamos como estamos. Faltó la voz cantante y mandante de una secretaria.
Por eso es por lo que te digo que la secretaria es lo más importante de toda empresa, sea divina o humana. Por eso tú y todas las secretarias del mundo se merecen lo mejor del universo. Yo te prometo que después de la pandemia, otro gallo te cantará el día de la secretaria.
Lo juro por ésta.
gusgomar@hotmail.com