La buena noticia es que la economía colombiana está creciendo, a menos del 3% pero está creciendo. La mala noticia es que este crecimiento no se está transfiriendo a la calidad de vida de las personas. En los primeros tres meses del año, el PIB de Colombia creció un 2,8%, cosa que celebramos, pero con cautela.
Los cálculos que se hacen señalan que el país necesita crecer a un ritmo de cuatro o cinco por ciento por año en aras a disminuir las cifras de pobreza y pobreza extrema (indigencia). No obstante, la relación entre el crecimiento económico y el desarrollo social no se está dando como se requiere.
Celebramos que hemos tenido un crecimiento continuo o sostenido de nuestro PIB, pero este canto es incompleto, porque debemos tener en cuenta que los sectores económicos que han permitido dibujar este panorama, no están generando mayores ni mejores empleos para los colombianos. Actualmente, en Colombia hay trece millones de personas que viven en condiciones de pobreza, y es en ellas en quienes debería reflejarse el crecimiento económico, sin embargo, esto no es así.
Las finanzas, la banca, la minería, comunicaciones y el comercio son los negocios que más han aportado al crecimiento económico del país, pero, por la naturaleza de los mismos, no han conseguido el efecto multiplicador en materia de empleo que se necesita. La industria, desafortunadamente se encuentra estancada, mientras que el agro y la construcción van en retroceso.
Lo anterior nos sugiere que debemos hacer un cambio en el modelo de crecimiento económico que estamos adoptando. Las regiones, como protagonistas del PIB, encabezadas por líderes capaces y con buen olfato económico, deben hacer las modificaciones necesarias y emprender los programas apropiados para incentivar a las industrias que más crean empleos, para crecer, masificar su producción y llevar un beneficio directo a la sociedad.
Seguiremos equivocados si pensamos sólo en que la economía crezca, sin importar cómo y a quiénes se beneficia con este crecimiento. Evidentemente, estamos de acuerdo en que los negocios se hacen para generar rendimientos, pero si los resultados son exclusivamente para los propietarios, dichos emprendimientos no están cumpliendo una función social.
A esto hay que añadir la poca capacidad de gestión de los líderes y representantes de las entidades territoriales a nivel nacional. En Norte de Santander, al igual que en otros departamentos, se ha vuelto costumbre que la labor legislativa sea únicamente ‘exhortar’ al Gobierno Nacional para que tome medidas respecto de ‘x’ o ‘y’ aspecto, pero tenemos que acabar con esta dinámica.
La descentralización es efectiva si y sólo si las instituciones del nivel regional utilizan mecanismos para solucionar las necesidades de su gente sin necesidad de involucrar al Gobierno Nacional. Lo que deberían estar haciendo nuestros senadores y representantes en este momento, más que actuar como ‘denunciantes’ de los graves problemas que aquejan a los 40 municipios del departamento, es proponer iniciativas para resolver los problemas, exponer proyectos de ley que nos permitan virar el barco hacia otros horizontes, por ejemplo, buscando el crecimiento económico a partir del fortalecimiento de las industrias que más empleo generan en cada una de las regiones (teniendo en cuenta la vocación económica).
Porque, es evidente que de nada nos sirve que el país se esté impulsando gracias a las rentas, si los rubros que las producen mantienen el mismo número de empleados y en lo formal el país está muy bien, pero en las calles crecen la informalidad, el desempleo, la desigualdad y la pobreza.
Un mensaje para nuestros senadores y representantes: Hay que ir más allá de pedir ayuda y empezar a pensar cómo impulsamos, por ejemplo, los sectores primario y secundario, para luchar contra la pobreza y a la vez aportar al crecimiento del PIB nacional, desde nuestro departamento.
