En estos días, un amigo periodista me preguntó cómo pensaba que quedaría el país después de Petro. Me tomó por sorpresa y creo que mi respuesta fue relativamente incompleta. Dije que habrá una desaceleración económica producto del entorno global y del desánimo en el mundo empresarial, y que seguramente el descontento en la calle irá en ascenso, como consecuencia tanto del deterioro económico como de la gran cantidad de promesas incumplidas que dejará el gobierno.
Añadí como corolario de lo anterior algo que ya suena a cliché, y es que el país se estancará en materia de infraestructura. En las elecciones de 2026 este será un tema central y saldrá a relucir el alto costo de haber frenado el ritmo de las 4G ––simplemente por caprichos ideológicos. Para recuperar el tiempo perdido, los candidatos hablarán de su capacidad de gestión, la ejecución de obras y la calidad de los equipos con los que ha trabajado. Quien no tenga mucho que mostrar en este campo estará mal ubicado en la cancha electoral.
Sin embargo, no serán estos los únicos temas en la agenda. Creo que habrá mucho más que un regreso al pasado, con sus virtudes y defectos. El país está cambiando y cambiará de muchas formas más en lo que queda de esta administración. Lo importante es que muchos de esos cambios llegaron para quedarse.
Adelantando el reloj a lo que vendrá, no se podrá volver a gobernar a Colombia sin poner la desigualdad y la injusticia en el centro de la agenda. Ese país bastante ignorado y sin una adecuada participación política, que ahora se siente escuchado y representado, ya no aceptará ser excluido. Donde podrá haber una diferencia significativa es que la vocería de los sectores excluidos la tengan personas con capacidad de dejar la retórica y el revanchismo a un lado, para concentrarse en el diseño y la ejecución de políticas efectivas. La buena noticia es que hay muchos más compatriotas preparados para ello de lo que comúnmente se piensa.
Cada día es más visible una nueva generación de políticos con intereses más amplios y un rechazo natural a las clientelas tradicionales, que utilizan el activismo, las redes sociales y la confrontación como sustitutos del poder burocrático y presupuestario. El escenario actual en el Congreso es una prueba de ello. Dudo que muchos políticos tradicionales puedan mantenerse vigentes con sus estrategias de siempre. Las maquinarias electorales ya no serán suficientes para ganar elecciones y, mucho menos, para gobernar a Colombia.
La gran pregunta es cómo lograr que en esas condiciones sigan teniendo espacio electoral las opciones políticas moderadas, sensatas y pragmáticas. ¿Cómo debería ser la narrativa que compite con la política polarizante en la que vivimos hoy? Aunque no existen soluciones mágicas en este esfuerzo, un punto de partida crucial es revitalizar el centro con una nueva generación de políticos, dispuestos a romper con las prácticas de corrupción y clientelismo. El centro no puede ser un hogar para el reciclaje de intereses oscuros y malas costumbres. El objetivo no debería ser revivir el centro, sino reinventarlo. La moderación y el equilibrio no deben confundirse con la tolerancia.
Algo en lo que tampoco habrá marcha atrás es en la necesidad de avanzar con la agenda de descarbonización. Aquí la diferencia tampoco estará en el qué sino en el cómo se hagan las cosas. El objetivo de reducir emisiones ––pero sobre todo el de acelerar las inversiones para adaptarnos al cambio climático–– jugará un papel central en la agenda internacional y las prioridades nacionales. En 2026, el país será consciente de lo lejos que está de cumplir las ambiciosas metas establecidas para 2030 ––nada más y nada menos que reducir las emisiones en un 51%, cuando hasta la fecha no se ha hecho prácticamente nada.