Pocas veces escribo sobre fútbol, hinchada o avatares de los equipos profesionales colombianos, porque este deporte no hace parte de mis pasiones. Pero cuando trasciende el campo deportivo y pone la lupa sobre nuestras carencias como sociedad, no me queda más remedio que abordar el tema.
Más allá del ‘debate’ sobre si los que van al Metropolitano son turistas, hinchas de un día o hacedores de tiktok, o si los jugadores convocados son más máquinas publicitarias que goleadores, es válido el cuestionamiento que hace Radamel Falcao respecto del apoyo a la Selección desde la tribuna y, sobre todo, la desmesurada indignación que se produjo por la derrota.
Chiflaron, arrojaron objetos, madrazos, en fin, hubo de todo para hacer sentir el descontento por el desempeño de los jugadores. Pero esa indignación poco se siente en las calles o en las urnas con las situaciones que día a día suceden en todos los rincones del país, ni siquiera respecto del peor de los males que tenemos en Colombia: La corrupción. No hay que rechazar este comentario como un simple cliché o como una invitación a romperlo todo, tampoco estoy invalidando las emociones que producen las faenas deportivas, es más bien una súplica para luchar por lo verdaderamente importante.
En Colombia defendemos la camiseta durante los noventa minutos, los Open, Olímpicos y otros eventos, pero el resto del tiempo asumimos una posición extremadamente pasiva (y hasta cómplice) frente a la injusticia y la corrupción.
No nos enteramos ni nos preocupamos por cómo la corrupción afecta nuestras vidas diariamente, creemos que es un concepto etéreo y abstracto, cuando en realidad es el gran mal que tiene las vías terciarias del país en abandono y profundiza el conflicto por falta de programas que generen verdadera presencia del Estado en la ruralidad.
La gente pelea todo el año y comparte memes contra los corruptos, pero le hacen campaña a los que se roban la salud, para seguir teniendo “participación” en la contratación de equis o ye entidad.
Todo el año vemos el postureo anticorrupción, mucho activismo, pero cero actividades para el cambio. Es desgastante el discurso ciudadano ‘contra’ los corruptos cuando no incluye ninguna revisión de las propias conductas, que pueden estar agravando la problemática.
Apoyar medidas populistas que cuestan mucho y no solucionan el problema de fondo, sólo porque me benefician el bolsillo, también es corrupción. Como en 2021, por ejemplo, cuando el Gobierno Nacional prefirió invertir $5.000 millones en subsidiar la diferencia del precio del arroz a los productores, en lugar de implementar soluciones técnicas que mejoraran la productividad del cultivo y con ello, el precio. Nadie dijo nada, los involucrados contentos con la medida, y sólo es cuestión de tiempo para que reaparezca el problema.
Creo firmemente que este es el momento de reflexionar internamente y dejar de una vez por todas las conductas tóxicas y corruptas que tenemos como ciudadanos, es hora de entender que “quitarle el billete al político” no me hace más vivo sino más pendejo porque le estoy dando indirectamente la autorización de no invertir un solo peso en mi comunidad porque ya “me pagó por adelantado” cuando me compró el voto.
Es por culpa de nuestras conductas que se reeligen, se reencauchan y se reciclan en cuerpo ajeno, es nuestra permisividad la que pone a los corruptos en puestos de poder, y, por ende, los desastres y la falta de grandes apuestas sociales también es culpa nuestra. Rechazar estas conductas con la misma contundencia que rechazamos el performance de James sí sería un paso importante en contra de la corrupción.