Aun cuando los organizadores del reinado de la belleza nacional en Cartagena no lo han dicho públicamente, hay un aspecto nuevo que el jurado tiene en cuenta al momento de sumar los puntos de las candidatas, y que puede inclinar la balanza en favor o en contra de determinada participante.
Poco a poco se ha venido descubriendo que al elegir a la supuestamente mujer más bella de Colombia, los examinadores no sólo se fijan en la belleza del rostro, en los 90-60-90, en la tersura de la piel, en la sonrisa más atractiva y en el meneo de caderas más sensual. Tampoco son suficientes las respuestas que las pobres muchachas dan en cada entrevista. Bailar con el negrito de la atarraya en la playa, o alzar al muchachito barrigón de la calle o bailar el mapalé con una poncherada de frutas en la cabeza, no dan el puntaje suficiente para ceñir la codiciada corona.
Ahora, además de la silicona, que debe ser abundante en partes estratégicas delanteras y traseras, se tiene en cuenta la calidad, la forma y las perspectivas que ofrece el ombligo de cada candidata.
Dicho de otro modo menos regio, pero más real: el ombligo le puede dañar el trono, la corona y el cetro a la más opcionada. O, al revés, le puede dar cetro, corona y trono a la que no tenía muchas posibilidades de ser la ganadora.
Los jurados, en su profunda sabiduría, se detienen ahora en analizar ombligo por ombligo, sabedores como lo son, de que cada ombligo es un mundo y cada mundo oculta diversas facetas que deben ser tenidas en cuenta para elegir a la soberana.
La moderna sicología enseña que si los ojos son el espejo del alma, el ombligo es el reflejo de la personalidad, por lo que un ombligo torcido le quita chance a una candidata de alzarse con el título. Y aquí es donde entra en juego la pericia del médico o de la comadrona que atiende el parto y corta el cordón umbilical. Un tijeretazo mal dado o un navajazo impreciso pueden tener consecuencias graves más tarde en la vida de la persona
Por lo general, el público presente o televidente de los reinados no se da cuenta de las minucias que los jurados deben tener en cuenta para dar su veredicto. Por eso muchas veces se forman trifulcas entre los seguidores de las distintas candidatas. Las barras perdedoras, como si se tratara de manifestantes de la Primera Línea, se lanzan a la protesta con gritos, pataleos y arengas antiimperialistas.
Cuando por fin el ambiente vuelve a serenarse, queda la sensación de que algo raro está sucediendo en el reinado, pero la verdad es que muchas veces el culpable de todo es algún ombligo que no dio la talla y le dañó el caminado a la niña más opcionada.
Los expertos en belleza, los dueños de escuelas de modelaje, los fabricantes de reinas tienen ahora otra tarea: La de preparar los ombligos para los eventos propios del reinado. Cambio de forma, de color, de bordes y de curvas, salientes y entrantes de los ombligos, se ha vuelto una tarea dispendiosa, pero necesaria a la hora de la disputa real.
Lo más grave es que la ombligomanía está tomando todos los niveles de la población femenina. En días pasados una amiga me confesó que en la alcoba del amor, ella apagaba la luz para que su novio no la viera desnuda.
-¿Y esa joda? -le pregunté ingenuamente.
-¡Es que tengo un ombligo horrible! –me confesó, al borde del llanto.
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