La historia de la humanidad ha estado marcada por las armas. Con su utilización se han librado luchas de distintas finalidades. Unas de conquista y sometimiento y otras de liberación. O para consolidar gobiernos autoritarios. También para librarse de estos. Sin duda, no fue descabellado reconocer que “la violencia es la partera de la historia”. Las religiones han promovido sus dogmas con cruzadas sangrientas. Los regímenes imperiales impusieron el colonialismo mediante la opresión basada en la fuerza y el exterminio. Las revoluciones tuvieron el sustento de las acciones beligerantes. Están las guerras con todas sus atrocidades como fuente de poder en función de insaciables intereses.
En Colombia, como ya se ha visto, la violencia ha sido tan recurrente como devastadora y sus actores la han ejercido en todas las formas letales o de flagelación. Los esfuerzos encaminados a ponerle fin a esa desgracia no han sido suficientes, dada la radicalización de los grupos armados, del rendimiento de utilidades que alcanzan con los negocios que manejan y de la fascinación que producen sus actos criminales, además del apoyo que reciben de sectores proclives a la confrontación en provecho propio por razones que no están ocultas.
Pero cada vez es mayor la alineación contra los movimientos armados y la violencia que imponen. No tienen buen recibo guerras como las que libran Rusia y Ucrania, Israel y Hamás y otras de menos resonancia. Los colombianos también repudian la militancia criminal de los grupos amotinados. No defienden ninguna causa que justifique sus actuaciones y si es de su interés el manejo de lo público debieran obrar como fuerza legal para el fortalecimiento de la democracia. ¿Qué beneficios colectivos pueden dejar el secuestro, la extorsión, el comercio ilícito de la droga o los homicidios contra los líderes sociales y de defensores de los derechos humanos?
Una de las prioridades de Colombia tiene que ser la paz. Hay que construirla cotidianamente, superando dificultades, enmendando errores, dialogando con los más extremistas, escrutando posibilidades y abriéndole espacios a la comprensión, a la tolerancia y a la verdad. Hay que tender puentes y hacer entender que la convivencia no es una concesión de debilidad sino de fortaleza de las convicciones que irrigan los cambios esperados.
La construcción de la paz debe ser una causa de todos. Los grupos armados que han aceptado dar ese paso están llamados a entender que ellos son actores de primera línea. Si están decididos a dejar la violencia deben obrar con coherencia, evitando contradicciones.
El presidente Petro ha dicho que el camino hacia la paz no es solamente el cese al fuego, no obstante el peso que puede tener en el proceso. Es también abandonar las prácticas del secuestro, de la extorsión y todas las demás operaciones ilícitas que tienen vigencia. Así como es ineludible promover los cambios que reparen las desigualdades acumuladas en la sociedad colombiana.
Se trata de construir la paz sobre bases solventes, con desarrollos que la hagan perdurable para que no se repita lo que ha representado como suplicio la violencia impuesta por los diferentes grupos armados.
Puntada
Para los cucuteños no debe ser extraño el debate abierto sobre utilización del predio Las Lomas para edificaciones. La defensa que ha hecho de la ciudad la arquitecta María Consuelo Mendoza en este caso es una lección que merece aprenderse.
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