Este título es falso. Mary Stapper no necesita defensores. Ella misma se defiende. O mejor, la defienden su personalidad, su vocación de servicio, su profesionalismo, su decisión, su honestidad y verraquera. De modo que yo no voy a defenderla. Voy a hablar de Mary Stapper, la periodista, dedicada por entero a su oficio de comunicadora porque no sabe hacer otra cosa, según sus propias palabras.
Conocí a Mary hace ya muchos años, cuando dirigía una pequeña revista de La Opinión, de nombre Fin de Semana, aunque, a decir verdad, no circulaba los fines de semana sino cualquier otro día. Una revista de formato pequeño, pero de gran contenido porque a ella Mary le metía todo su empeño. Entrevistaba personajes, hacía crónicas, le metía chismes de política y de farándula y a la gente le gustaba. Hasta algunos de mis monólogos aparecían allí de vez en cuando.
En el periódico publicaba su muy leída columna “Olfateando”, en la que Mary hacía gala de su buen olfato periodístico para buscar y encontrar la noticia del momento, que a veces estaba engavetada o traspapelada. “Olfateando” marcó toda una etapa en la historia del periodismo político local.
Siempre admiré en Mary su profundo sentido de la responsabilidad profesional y maternal. Si era preciso, cargaba con sus dos hijos pequeños para el periódico y allí los ponía a jugar con revistas y máquinas de escribir, mientras se enfrascaba en el agite de la redacción. Para una periodista que es, a la vez, jefe de hogar y asesora de tareas escolares, no resulta fácil responder con eficacia a los dos retos en roles tan diferentes: el de mamá y el de comunicadora. Y sin embargo, Mary sacó adelante a sus dos hijos, y hoy son ellos los que le dan la mano y la asesoran en sus labores periodísticas.
Cuando la televisión se originaba en los grandes estudios de las grandes ciudades, apareció en Cúcuta un ingeniero, Carlos Vásquez, que montó, con la ayuda de los padres salesianos, un pequeño espacio al que llamó estudio de tv, con una cámara, dos televisores y un montón de cables y empezó a emitir señales de televisión desde el colegio. Forró las paredes del estudio con cartones de huevo (tvhuevo lo llamaron los mamadores de gallo cucuteños) para aislar el sonido y arrancó la producción de televisión en Cúcuta. Carlos Vásquez fue un visionario y el pionero de la tv cucuteña. Pues bien. Allá apareció Mary Stapper como presentadora, directora, guionista y técnica de programas de televisión. Juntos hicimos una revista llamada “Cójanme la caña”, con algo de humor y cierto picante. Luego Mary se inventó una serie de entrevistas a personajes de la región, a los que ponía a cocinar mientras los entrevistaba. “En la olla con Mary Stapper”, alcanzó gran difusión.
Un día Mary se cansó de hablar cháchara en la pantalla y se decidió por una revista escrita. Volví a secundarla en su locura y salimos con la revista Saltamontes, hasta que nos asfixió la situación económica.
Le perdí el rastro a Mary. Más tarde la vi de nuevo en la televisión local y después en su propia plataforma digital. Por eso me ha dolido la noticia reciente: La tienen amenazada, tal vez por algo que dijo o que no dijo. Preside una Junta de Acción Comunal en un barrio céntrico de Cúcuta, y promueve campañas en favor de la ciudad. Mary no sabe qué ha hecho mal o qué callos ha pisado. Lo cierto es que está amenazada. Una mujer verraca y de valía. ¡Qué vaina!