Naciones Unidas informó que Colombia ha alcanzado en 2022 los máximos niveles históricos de coca y de producción de cocaína. El reporte muestra un incremento del 12,7% en el área sembrada, saltando de 204.000 ha en 2021 a 230.000 ha el año pasado. La producción de cocaína llegó a 1.738 toneladas, un 24,14% más que las 1.400 tons del 2022.
Hay que advertir que este mar de coca y de cocaína no es resultado del gobierno de Petro. Después de algo más de una década de esfuerzos sostenidos, para el 2013 habíamos dejado de ser el principal productor del mundo: en Colombia solo había 48.000 ha de coca y se producían 290 tons de cocaína. Los narcocultivos habían disminuido un 65% en relación con el primer reporte, del 2001, que mostró 137.000 h de coca en Colombia. En contra de lo que se sostiene, para el 2013 estábamos ganando la lucha contra el narcotráfico.
Pero todos los avances se frenaron en el 2014, cuando se firmó el componente de narcotráfico del pacto de Santos con las Farc. Lo que llamaron pomposamente "el nuevo paradigma” en el combate contra los narcos fue un desastre y desde entonces las cifras de cultivos de coca y de cocaína no han parado de crecer. Lo que ha fracasado no es la lucha contra el narcotráfico, que hasta el 2013 se estaba ganando, sino el “histórico nuevo enfoque" acordado con las Farc.
En Colombia deberíamos empezar por reconocer que la solución final que algunos proponen, la legalización, es imposible a corto y mediano plazo. En Europa y en Norteamérica el asunto ni siquiera se discute. Todas las ventajas económicas de la ilegalidad seguirán presentes por décadas.
La relación simbiótica entre grupos violentos y narcotráfico es otra realidad indispensable de asumir. Lo que explica la exacerbación del narco en Colombia es esa alimentación mutua. Cada decisión gubernamental que fortalece a los violentos, alimenta al narco. Cada política que favorece al narco, robustece a los grupos violentos.
Es el narco lo que explica que en Colombia haya pervivido el conflicto armado y “la paz” siga muy lejana, a diferencia, por ejemplo, de lo ocurrido en Centroamérica. El narco explica las disidencias y también las reincidencias de las Farc, el fortalecimiento eleno desde la firma del pacto con Santos, el paramilitarismo y, para resaltar un reflejo reciente, las amenazas a civiles por parte de soldados disfrazados en Tierralta, Córdoba.
Y habría que reconocer que es el narco el culpable del derrumbe ético de muchos sectores de la sociedad colombiana y, en buena parte, de la lacra de corrupción que estamos sufriendo. La idea del dinero fácil y rápido, aunque se viole la ley, se ha enquistado en muchos sectores de la población. Los escándalos de Nicolás y Juan Fernando Petro se deben también al poder corruptor del narcotráfico como, según su hermano, es el poder de las bandas de narcos el responsable del triunfo electoral del ahora presidente.
No solo por estas razones, también por sus impactos en el medio ambiente y la salud pública y por las graves distorsiones que genera en la economía, es indispensable luchar sin cuartel contra el narcotráfico en todas sus facetas, los cultivos de coca incluidos.
Es verdad que las políticas de Petro van en camino de convertirnos en una narcocracia, pero no es menos cierto que tal cosa está ocurriendo bajo la mirada indiferente de muchos sectores sociales que, por razones que habrá que analizar en otra ocasión, han renunciado al combate contra el narco sin darse cuenta de que esa claudicación nos está costando la república.
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en: https://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion