La iatrogenia se define como “un daño no deseado ni buscado en la salud, causado o provocado, como efecto secundario inevitable, por un acto médico legítimo y avalado, destinado a curar o mejorar una patología determinada” y se deriva de la palabra yatrogénesis, que significa literalmente ‘provocado por el médico o sanador'.
Este concepto es perfecto para describir lo que está pasando en muchos países por tener líderes políticos que quieren meterse en cada aspecto de la vida de los ciudadanos y terminan haciéndoles daño, cuando lo que querían era mejorarles la vida.
Querer ser héroe o un ser supremo para poder dictaminar hasta por cuál acera deben caminar los ciudadanos es un error en el que cada vez más gobiernos caen. El más llamativo y popular en estos momentos es Mister Universe, el favorito de muchos y el ideal de presidente que muchos colombianos quisieran tener:
NayibBukele, a quien se le ha ocurrido la gran idea de empezar a controlar los precios de los alimentos importados para que los comerciantes no ‘abusen’. En un discurso lleno de un perfecto y cuidadoso marketing, Bukele amenazó a los comerciantes con el mismo tono y lenguaje que usa contra las pandillas y dijo que si no bajaban los precios, después no se quejaran.
Por supuesto, miles de personas apoyan esta medida porque supuestamente beneficia a los más pobres. Pero habrá iatrogenia: el héroe, en su afán de ser el salvador, controlará inicialmente los precios.
Algunos harán caso, otros preferirán no comerciar con esos productos, empezará a haber escasez y nuevamente subirán los precios debido a esa escasez. Los ciudadanos terminarán asumiendo el costo de productos con precios más elevados que antes y, peor, su poca disponibilidad. Pasó en Venezuela y en El Salvador va a pasar también.
Pero nuestro héroe criollo de risa soberbia e ideas quijotescas no se queda atrás. Todas las veces que el Gobierno de Petro ha intentado hacer algo ‘bueno’, la ha embarrado porque desconoce los efectos reales de las cosas.
Pasó recientemente con las ollas comunitarias, programa del Gobierno Nacional para atender a los damnificados de La Mojana y el San Jorge en Sucre, donde arruinaron a las tiendas de barrio y, de paso, el Gobierno no ha pagado la comida ni a las manipuladoras de alimentos.
Pasó con los sellos de advertencia para la comida chatarra, donde algún iluso desde Bogotá pensó que, poniéndole unas etiquetas a un paquete, la gente iba a dejar de comer chucherías. El mercado fue mucho más audaz y respondió: no con trampa ni evadiendo la norma, sino cambiando las fórmulas e ingredientes de sus productos para cumplir con los estándares y así tener paquetes libres de sellos.
¿Que ahora esos paquetes tienen otros ingredientes más perjudiciales que antes? Probablemente, pero cumplen la norma.
Va a pasar con los plásticos de un solo uso: se va a crear un gran mercado de bolsas de tela, muchas de ellas hechas con algodón (por ejemplo), y vamos a tener que comprarlas masivamente porque qué más. Pero no nos engañemos: ¿cuántas bolsas de mercar tenemos y se quedan olvidadas en la casa cuando salimos a hacer mercado? Habrá que comprar muchas más y, volviendo al caso de las de algodón, tendríamos que utilizar cada bolsa 7100 veces para que compense la contaminación que genera producirla.
Las situaciones que describo suceden cuando uno tiene puros idealistas en el Gobierno, o puros académicos o técnicos que jamás en su vida han cruzado un río en chalupa ni se imaginan cómo es la vida real…sólo conocen el ‘deber ser’.
Para vivir bien necesitamos libertad verdadera: donde el Estado no pueda decirme qué comer y qué no, qué comprar o a qué precio puedo vender, qué productos utilizar y cuáles no. Necesitamos, insisto, un país sin héroes, porque causan más daño del beneficio que supuestamente quieren lograr.
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