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La alegría de escribir
Anverso y reverso
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Jueves, 7 de Septiembre de 2023

Ahora que estamos en tiempos de fiesta -La Fiesta del libro- causa enorme placer llegar al recinto de la biblioteca Julio Pérez Ferrero, y ver la cantidad de gente que allí se congrega. Una tarde, mientras los niños de Batuta, dirigidos por el maestro Adrián Chantré, hacían las delicias del público asistente en la tarima principal, en la sala general un escritor novel hacía la presentación de su obra; en la terraza un chef hablaba de las riquezas gastronómicas de Cúcuta y en el auditorio Virgilio Barco una periodista entrevistaba a un autor ya consagrado. En todas partes había gente, y como si fuera poco los puestos de venta de libros  estaban repletos de curiosos, que hojeaban y ojeaban libros. Tal vez con ganas de comprar. 

Porque ese es el meollo del asunto. El escritor escribe para que lo lean, pues si no hay lectores, no vale la pena el oficio de escribir. Aunque todavía existe la cultura de que el escritor publica sus libros para regalar, poco a poco va calando la idea de que el mejor apoyo que se le puede dar a un escritor es comprándole sus libros, como se le compran hayacas a la muchacha que hace hayacas, y zapatos al zapatero y pan al panadero.

El escritor es feliz escribiendo y es feliz publicando, pero es mucho más feliz si logra vender lo que publica. Al ver tanta gente con libros en sus manos, uno dice: “Está buena la cosa”. Y es que la gente quiere leer. Lo malo es que ahora hay mucho lector que prefiere leer libros por internet o escuchar audiolibros. Cada quien tiene su modo de matar pulgas, decía mi nona. Aunque la verdad es que el gusto de tener el libro entre las manos, oler su tinta y pasar las hojas hacia adelante y hacia atrás, no tiene comparación. Me decía una lectora voraz, que leer un libro por internet es como hacer el amor por teléfono. No se le siente el mismo gusto.

Los que ya vamos llegando a cuchos recordamos con nostalgia, aquella cartilla en la que aprendimos las primeras letras, cuyo nombre era precisamente La alegría de leer. Su autor, Evangelista Quintana, médico y educador caleño, hizo las delicias de nuestra niñez, con aquello de “Amo a mi mamá”, “Elena tapa la tina”, “los pollitos dicen pío, pío, pío”. Durante muchos años guardé entre mis libros preferidos aquella cartilla, pero algún ladrón de libros, que existen y a veces ocultan sus intenciones detrás de una bella cara o una hermosa sonrisa, se quedó con mi primer libro de lectura. En los infiernos ha de pagar la desventura que me hizo, cuando le llegue el momento.

En mi primer libro de poemas, Oficio de caminante, escribí algo que aún hoy me hace enternecer: “Cuando aprendí a escribir amor/ en el patio hubo más luz”. En cierta ocasión, tres muchachos de la escuela, ya volantones, hicimos una carta de amor y se la enviamos a la niña más linda de la otra escuela, la de niñas. La agraciada -o desgraciada- le mostró la carta a la mamá y la mamá fue a la escuela y puso la queja. La directora hizo las averiguaciones del caso  y nos descubrió, y por supuesto, fuimos castigados con rigor: varios recreos sin salir a recreo. A la semana de estar castigados nos armamos de valor y le dijimos a la profesora que ya era suficiente.

-Es para que aprendan -nos dijo- que las cartas de amor hay que firmarlas. Y ninguno de ustedes la firmó.

gusgomar@hotmail.com
 

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