Es mejor ser víctima que perdedor, podría ser el título de la cinta inventada por Trump que tiene millones de seguidores no sólo en los Estados Unidos sino en el mundo entero. Bajo esa perspectiva de ego extremo, el presidente norteamericano ha decidido no aceptar la derrota y pretender deslegitimar el proceso electoral sin ninguna evidencia, creyendo mantener influencia en la opinión pública y el Partido Republicano, al punto que algunos analistas lo ven como candidato en 2024. Pienso más bien que progresivamente lo abandonaran, y su futuro será como el otoño del patriarca.
En la historia de los Estados Unidos jamás se había visto una situación semejante. Se necesitaba un gobernante como Trump, completamente antidemócrata, cuasi dictador, que interpreta la versión moderna del absolutismo monárquico o de ‘El Estado soy Yo’ de Luis XIV, en donde la separación de poderes y contrapesos institucionales eran una quimera. En su pasado nunca ha sido perdedor, porque aunque ha tenido grandes fracasos financieros, siempre ha logrado disfrazarlos declarándose en bancarrota, y engañando hábilmente a bancos y acreedores. En el ámbito de lo público, sin embargo, las cosas son muy diferentes.
Con las más recientes certificaciones de Michigan y Georgia, después de un exhaustivo reconteo, la batalla legal y política de Trump por voltear los resultados ha sido infructuosa y ridícula. Su abogado principal, Rudy Guiliani, casi en alucinación, ha hablado inclusive de un camión con miles de votos llegando a Detroit en la madrugada del 4 de noviembre, y del castro-chavismo financiando las elecciones y manipulando votos. Buena parte de los medios y las redes sociales se han burlado de estas versiones circenses por carecer de fundamento.
Aunque Trump parece dispuesto a todo, nada logrará. Mañana se conocerá la certificación de Pensilvania y, entonces, muy probablemente algunos senadores republicanos comiencen a aceptar el triunfo de Biden, asegurado con 6 millones de votos de diferencia en el escrutinio general. Pero aún así, parece increíble que Trump se hubiera atrevido a invitar a la Casa Blanca a los legisladores de Michigan y Pensilvania, intentando convencerlos de no reconocer los delegados demócratas del Colegio Electoral que, el 15 de diciembre, proclamará al presidente electo.
Trump nada ha conseguido, y nada conseguirá. No obstante, el mensaje para los Estados Unidos y el mundo entero indica que la democracia está continuamente en peligro. En cualquier país es posible elegir este tipo de personajes, llenos de ambición en sus negocios privados y con poca visión de lo público y el mundo. Lo paradójico, como le ocurrió a los peruanos con Fujimori, es que generalmente son ‘outsiders’ que en principio representan la lucha contra el establecimiento y la clase política. Trump es la antítesis del estadista, del humanista, del demócrata.
En Estados Unidos, la transición presidencial, dada la complejidad del sistema de escrutinio, se hace siempre sin esperar la declaración formal del Colegio Electoral cuando los resultados son evidentes, y es posible prever que el reconteo nada cambie. En esta ocasión, esa transición es necesaria, sobre todo por la errática política de Trump frente al Coronavirus, que ha dejado más de 12 millones de contagiados y más de 254 mil fallecidos. Se calcula que otros 100 mil norteamericanos morirán en los próximos dos meses. Ojalá esta comedia de Trump termine cuanto antes.
Es probable que nos lleve a otra más personal, en donde la intención de perdonarse a sí mismo se imponga, de suerte que no tenga que comparecer ante la justicia por distintas violaciones a la ley tan pronto deje la presidencia. Este perdón judicial que opera como poder presidencial con base en el artículo 2o. de la Constitución de los Estados Unidos, permitió que Gerald Ford indultara a Richard Nixon. Algunos piensan que en esta ocasión Trump podría renunciar para que Pence le conceda el perdón.
Triste despedida la de este presidente sui generis a quien, como dice Obama, le quedó grande el cargo, pues nunca lo ejerció con dignidad y respeto.