Hoy en Colombia y en el mundo vivimos la crisis de la modernidad, el liberalismo y los partidos políticos que constituyeron el trípode sobre el cual durante más de dos siglos se construyó y desarrolló la vida política en Occidente, abriendo el camino para dejar atrás las épocas del poder absoluto, generalmente envuelto con un ropaje religioso, que hundían sus raíces en el Imperio Romano. Los partidos en su concepción misma, desarrollada en el marco de la Revolución Francesa cuando se empieza a hablar de derecha e izquierda, asumían que no siendo la sociedad una realidad unitaria, homogénea, sino “partida” y diversa, y al no estar sometida a una autoridad civil o religiosa que le impusiera una unidad a esa diversidad surgida de la realidad, los ciudadanos se agruparían libremente en partidos que competirían por un poder que ya no sería divino ni monárquico, sino ciudadano.
Y lo hacían obedeciendo a una pluralidad de razones, todas válidas: por lazos familiares o de la comunidad a la cual se pertenece (“tradición”), por la posición social (“clase”) o por la identificación con unos ideales y una cierta visión de la vida - más o menos de “derecha” o de “izquierda”, más o menos igualitaria, tradicional o cosmopolita -, identificaciones que además, expresan una determinada constitución psicológica individual (el “talante” como planteaba agudamente Álvaro Gómez).
El talón de Aquiles de los partidos fue predicar la democracia como bandera política principalísima, pero aplicarla poco en su vida institucional. Se fueron alejando y aislando de los ciudadanos que eran su savia y razón de ser y poco a poco se encerraron en sí mismos quedando controlados y aún capturados por políticos profesionales reelegibles indefinidamente. La actividad política y los partidos empezaron a ser asunto de esos políticos profesionales y menos del ciudadano de a pie. Políticos que salvo en tiempos electorales, olvidaban a sus electores cuyos intereses debían y decían representar.
Los partidos prostituyeron su naturaleza ciudadana al invertirse el sentido de la relación política democrática en la cual el político está al servicio del interés ciudadano; en ese sentido los políticos son servidores públicos pero terminaron los ciudadanos aprovechados por los políticos y sus intereses personales y grupales, a espaldas del interés general. Como resultado el ciudadano los rechazó, a los partidos y a la política misma. El puente entre elector y político se rompió, aunque la necesidad de esa relación permanece.
La Constitución del 91 enfrentó la crisis de la política y el descrédito de los políticos, que atribuyó a la cerrazón que le impuso el Frente Nacional en torno al bipartidismo. Desarticuló y desinstitucionalizó lo poco que permanecía e invitó a que florecieran mil maneras de organizar y realizar la actividad política, supuestamente para hacerla más ciudadana y liberarla de los intereses de los políticos, más libre y espontánea, abierta a toda iniciativa y no secuestrada por unos partidos desgastados, con lo cual se atomizó la iniciativa política, hiperindividualizándola y banalizándola; nacen entonces las funestas pero electoralmente muy efectivas microempresas electorales. El propósito alimentado por la ingenua ilusión de salvarla del yugo de los políticos y sus mezquinos intereses, terminó entregándola a las iniciativas y los emprendimientos individuales, a espaldas de cualquier iniciativa de interés general, capturada por reyezuelos sin perfil ni proyecto.
En la política, como experiencia universal, la ausencia de espacios organizados y representativos, que garantizan los partidos, es aprovechada por caudillos de todos los pelambres que se proyectan y venden como salvadores en una pretendida relación directa entre el caudillo y la masa – Uribe, Petro y ahora Hernández -, a la cual utiliza para sus fines y vanidad, dándole contentillo pero sin resolver los temas de fondo. La debilidad o desaparición de partidos de verdad le abrió el camino, por la necesidad, a las coaliciones, solución transitoria pero que no sustituye a partidos organizados, de los ciudadanos y no de los políticos, que no nazcan para ganar las próximas elecciones sino para liderar las transformaciones que muchísimos ciudadanos reclaman.