Columna de opinión de Jorge Ramírez Zambrano.
 

Hoy nadie duda que la educación es un factor determinante del desarrollo de las naciones, aunque no todas las naciones han construido sistemas educativos con recursos adecuados para crear bases sostenibles para su desarrollo. 

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La pandemia puso en evidencia la fragilidad de los sistemas educativos en el mundo y Colombia no fue la excepción. Tal fragilidad fue experimentada por directivos, docentes, padres de familia y estudiantes.

De forma general con críticas sin ponderación y muchas veces injustas, teniendo en cuenta los recursos y las condiciones limitadas en las que se desarrolla la gestión directiva y pedagógica en las instituciones educativas colombianas.

Por un lado, por cerca de dos años muchas comunidades escolares no tuvieron la oportunidad de una clase presencial o de una sesión asistida por TIC de forma continua y pertinente; con el tiempo, directivos, docentes y estudiantes han sufrido los rigores de las desigualdades de dotación de recursos y de acceso a oportunidades, mientras los efectos no tardaron en manifestarse en perdidas y se profundizaron las brechas de aprendizajes, que se estiman que se prolongaran en el tiempo, en particular, si no se toman acciones políticas para su superación.

Por su parte otras comunidades escolares transitaron sin problemas de clases presenciales a sesiones virtuales sincrónicas. Estas instituciones en su mayoría urbanas se caracterizan, también, por una dotación desigual de recursos y de capacidades, aunque con deficiencias en aprendizajes, el efecto fue menor al compararse con sus pares rurales, lo propio puede extenderse a instituciones privadas y oficiales.

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Hoy en Colombia luego de un debate presidencial que dividió al país y lo deja con heridas profundas, la educación, puede convertirse en el factor que ayude a superar los antagonismos y la pugnacidad, teniendo en cuenta que la educación es la base del desarrollo de las naciones y dentro de los acuerdos nacionales que lidere el presidente electo Gustavo Petro, la educación puede ser una variable estratégica que conduzca a generar cambios en la sociedad y en la economía colombiana. 

En tal sentido, una acción de política para resolver los problemas de dotación de recursos y de capacidades institucionales en directivos y docentes, es el Programa de Jornada Única, sobre la base de los avances y de los fallos de implementación en sus componentes: pedagógico, recursos humanos, infraestructura, transporte y alimentación escolar; que hoy se deben articular al Programa de Todos Aprender y la Estrategia Evaluar para Avanzar. 

Al respecto se deben revisar las evaluaciones de impacto del programa que pueden ayudar a calibrar las acciones de política entre el Ministerio de Educación Nacional, las secretarias de educación y las comunidades escolares. 

Del mismo modo, se puede mejorar la asignación de los recursos humanos, financieros, de infraestructura, de dotación de recursos escolares, tecnológicos y de conectividad.  

Así como reorientar la implementación de sus componentes para mejorar los impactos en cobertura, permanencia, pertinencia, inclusión y en los aprendizajes que es la base del programa. Especialmente en los niveles de educación inicial y preescolar, en educación media y con mayor crudeza en las instituciones rurales, donde la gestión directiva y docente se desarrolla en condiciones limitadas y precarias. 

En este punto, el diálogo de saberes y de experiencias en torno a la educación debe tener como sustento la construcción de la política educativa con las comunidades escolares, con el fin de reorientar el Programa de Jornada Única.  

Al respecto, con realismo y escepticismo hay que considerar los avances y los obstáculos que se presentaron durante la alcaldía de Gustavo Petro al implementar la Jornada Escolar 40x40 y las estrategias de formación docente y de infraestructura en Bogotá. 

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