Como si la izquierda hubiese ganado, el jefe natural de ese sector, después de las elecciones presidenciales, el incendiario Gustavo Petro, se ha dado a la tarea (incluso desde la misma noche de su derrota) de dar órdenes y “tirar línea” al nuevo gobierno, sobre lo que se debe hacer y lo que no. El discurso retador, barriobajero, desvergonzado y lleno de odio de Petro contrasta con la humildad, la madurez, el llamado a la concordia y la tranquilidad del presidente Duque, en la asunción de su incontrovertible y contundente triunfo (grandes diferencias saltan a la vista entre Duque y Petro, desde el punto de vista humano y político). De la que se salvó Colombia: si Petro procede de esa forma, sin haber logrado alcanzar el poder, no quiero ni pensar lo que estaría sucediendo ahora, con la certeza de que ese sujeto, en unos días, se sentaría en el solio de Bolívar.
El discurso conciliador del presidente Duque es el argumento que le corresponde plantear a un verdadero líder (de eso no hay duda); pero no es menos cierto que el próximo mandatario de los colombianos se enfrentará a la oposición más virulenta e irracional de la que se tenga registro en estas tierras. Nada de lo que haga Iván Duque, por más bueno que sea, será reconocido en lo absoluto por la “mamertería” comandada por Petro y sus hordas difamatorias, quienes harán de cada acción del Gobierno (incluso tergiversándolas) un caballito de batalla que les permita allanar el camino hacia la Casa de Nariño.
A la oposición hay que darle garantías, no faltaba más; pero tratar de razonar con esos radicales irredimibles puede ser un craso error: se despoja más fácilmente un elefante de su trompa, que un izquierdoso de los dogmas en los que cree ciegamente. Tampoco se puede soslayar el hecho de que fuimos más de 10 millones de colombianos, a través del sufragio, quienes rechazamos tajantemente las manidas, fracasadas y anacrónicas propuestas de la izquierda, que habrían conducido al país a la postre, sin dudas, a una debacle similar a la de Venezuela. En consecuencia, escogimos un modelo político y social completamente distinto del propuesto por Petro y su combo; por lo tanto, la única manera de respetar la voluntad popular es que el nuevo gobierno haga valer sin vacilaciones el ideario que concitó a las mayorías en torno a la candidatura del presidente Duque: en ese escenario, las iniciativas de la izquierda no deberían tener cabida.
Siempre he creído que no se puede contemporizar con el enemigo: un gesto de buena fe será entendido como un símbolo de debilidad; el apoyo a una determinada causa se tomará como un acto de rendición, y hasta una simple camaradería puede ser malinterpretada. No hay que olvidar que hasta hace pocos días la izquierda radical tenía a varios miembros del partido Centro Democrático y al expresidente Uribe contra las cuerdas, queriendo destriparlos. En lo que a mí respecta, no pondré la otra mejilla.
Si Petro y su gente quieren imponer condiciones, ¡que primero ganen las elecciones!
La ñapa I: Santos dice que no se volverá a meter en política. Obvio: él sabe que no sale elegido ni de edil de Chapinero. ¡Al tartufo no lo quiere nadie!
La ñapa II: Mockus está inhabilitado. No puede haber candidatos de primera y de segunda: la ley debe aplicarse para todos, sin distingo. La incoherencia de la izquierda es proverbial. Que los magistrados del CNE actúen en derecho o que se atengan a las consecuencias penales y disciplinarias de prevaricar.
La ñapa III: la Consulta Anticorrupción impulsada por Claudia López es una farsa que solo la beneficia a ella, en su aspiración a la Alcaldía de Bogotá. Otra politiquera posando de faro moral de la Nación.
La ñapa IV: ¡Qué vergüenza el Ministro de Defensa que tenemos: lleva años haciendo el ridículo! La tapa de la caja: los drones para fumigar los imparables cultivos ilícitos, un mes antes de que acabe la infausta presidencia de Santos.