Por la trepada del dólar más arriba de mi billetera, no me fue posible asistir a la cita de todos los años, con la belleza hecha mujer, en Cartagena. Tal vez sea un pleonasmo decir “belleza hecha mujer”, pues ya se sabe que belleza y mujer son la misma cosa. Y que las pocas excepciones, confirman la regla.
No pude asistir, y eso me ha tenido cabizbundo y meditabajo, como decía mi nono, porque reinas no se topa uno todos los días, y porque ir a Cartagena es “evocar cruzando callejuelas, los tiempos de la cruz y de la espada”, según el poema del “Tuerto” López.
Se me cae la cara de vergüenza con Andrea, nuestra hermosa representante nortesantandereana no poderla acompañar, como se lo había prometido, pero ella entenderá que el palo no está para cucharas. Sí, es cierto, yo le había prometido que ni por el patas la dejaría sola en esos laberintos de la ciudad amurallada, pero no se dieron las circunstancias, por ahora. Otra vez será.
Habíamos hecho planes para sus momentos libres de los ajetreos reales. Le había hablado, por ejemplo, de que un cochero chambacunero nos llevaría entre balcones, calles, rincones, de la vida colonial de Cartagena. Le había dicho que caracoles y corales formarían para ella un sendero tapizado hacia el mar, y que en la playa, sin atarraya, la pescaría, con la luna y los luceros. Mejor dicho, toda una canción, como para que Alfonso de la Espriella, el compositor de Cartagena contigo, se muriera de la envidia.
Y es que ir a Cartagena siempre es una experiencia maravillosa, pero ir a la pata de alguna reina como en esta época, en que allá se reúnen las mujeres más hermosas de Colombia, es algo que no puede contarse fácilmente. “No tengo palabras en la boca para expresar lo que siento”, decían los viejos el otro día.
Pero el trote que en estos días se pegan las señoritas candidatas es también algo de heroínas. Las pobres reinas a veces no tienen tiempo ni de ir al baño porque todo el mundo las acosa para que cumplan con el horario que les tienen asignado. Desfiles, entrevistas, sesiones de fotografía, peinados, giras, más desfiles, visitas a los barrios pobres, entrega de regalos a niños huérfanos, saludos protocolarios, ensayos, etcétera y etcétera, hacen que la semana del reinado sea la más estresante para las misses, sus chaperonas y sus comitivas.
Ellas, las aspirantes al cetro nacional de la belleza, son quienes menos disfrutan del paseo. Zapatillas estrechas, brasieres que aprietan, cucos de otra talla, pintura que se corre con el sudor, peinados que se despeinan con la brisa, y las respuestas que deben memorizar para las entrevistas del jurado, son un común denominador de todos los días de esta larga semana.
El momento más feliz de cada candidata no es cuando recibe los aplausos en pasarela, ni cuando le ciñen alguna banda, ni siquiera cuando le dan el título de nueva Señorita Colombia. El momento más feliz se da cada noche cuando llegan a su habitación y tiran las zapatillas pal carajo sacudiendo los pies con fuerza, y se quitan el sostén que no las deja ni respirar con libertad. Es en ese momento de alivio cuando pueden decir que la vida es maravillosa.
Cuánta razón tuvo Luis Carlos López cuando dijo que el amor a Cartagena sólo es comparable con el amor que uno les tiene a los zapatos viejos, tan cómodos, tan anchos, tan agradables, que no aprietan, no lastiman, ni alborotan los callos.
gusgomar@hotmail.com
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