Amables Lectores: Desde el inicio de nuestra República hemos sufrido tragedias acompañadas de dolor, pérdidas de vidas humanas, atraso, altísima cultura de violencia, agresividad y el pecaminoso principio del “todo está permitido” en aras de la democracia. Como causas de estas tragedias se señalan las guerras civiles inútiles entre los defensores del centralismo y sus contradictores los federalistas. Adicional una lucha guerrillera que duró más de 50 años y hoy se termina con una paz frágil rodeada de una gran desconfianza al existir un amplio grupo de guerrilleros que no la aceptan porque prefieren continuar sin ideales sociales y solo animados por seguir explotando el sucio y rentable negocio de la droga con toda la corrupción e infinidad de crímenes que esta actividad ilegal produce. Fundamentalmente podemos señalar como causante de tragedias en nuestra amada Colombia, a la violencia política entre liberales y conservadores que buscaba el poder para gozar de las mieles de la burocracia que eran solo para el partido ganador. No se trataba únicamente de empleos porque esta desgracia se extendió a la educación superior. Cuando mandaba el partido liberal a la universidad Nacional solo podían ingresar a estudiar alguna carrera profesional los liberales. Si los que tenían el poder eran los conservadores solo iniciaban estudios profesionales en esa universidad oficial, la única existente para la época, los conservadores. Hasta la educación se había contaminado del terrible virus de la politiquería. Vino el frente nacional y se cerró esta guerra partidista, se eliminó “la oposición “, factor indispensable para un ejercicio honesto y controlado del poder justo y que solo busque el bienestar ciudadano. Sin oposición todos “tan contentos”, se sentaron unidos a disfrutar el botín de los cargos públicos con el jueguito de “uno para mí y otro para ti”; así se silenció cualquier voz denunciante de irregularidades al estar todos comprometidos, no es correcto hablar con la boca llena.
Así se incubó “la deshonestidad”, la mayor tragedia que hoy nos aqueja y ahoga. En un país corrupto se pierden recursos que podrían invertirse en educación, infraestructura, empleo, salud, en una palabra en “producir desarrollo”. La corrupción se define como el deterioro de la moral por medio del abuso del poder “para obtener beneficios personales” y se aprovecha la “lentitud” de la administración pública. Al usuario de algún servicio le manifiestan: “si quiere se tramite rápidamente su solicitud debe pagar un dinero extra”. “Hay 60 solicitudes antes de la suya”. Infortunadamente no existe casi sanción alguna para el funcionario público corrupto y las pocas existentes se burlan con las diversas instancias y apelaciones de los abogados hasta su prescripción. Como existen normas confusas para el ciudadano de a pie, el funcionario público no se molesta en aclarar las dudas al usuario y así delinque impunemente porque un individuo honesto pero sin mayores conocimientos difícilmente posee herramientas de análisis para llegar a denunciar. Los controles internos de la entidades públicas se divierten con “la forma” “allí falta una coma y aquí un punto”, pero muy pocas veces durante el proceso de auditaje van al origen del acto deshonesto. El Banco Mundial plantea que la corrupción es el mayor obstáculo para que un país logre su desarrollo porque “roba” recursos indispensables para satisfacer necesidades prioritarias de los ciudadanos perpetuando los niveles de pobreza, alimentando inestabilidad laboral y generando violencia. El control de la corrupción es directamente proporcional al nivel de competitividad. Se estima que en Colombia la corrupción le cuesta al estado una suma cercana a los 10 billones anuales. Según la Procuraduría en el país hay que pagar en “coimas “un promedio del 13% del valor de un contrato para lograr ser favorecido con su adjudicación. Pareciera que en Colombia los órganos de control se llamaran: “Contralorida”, “Procuradurida”, “Fiscalida”. Como ven “todas idas”, mientras los corruptos gozan de las ventajas obtenidas con sus fechorías.