La migración internacional es un tema de actualidad que requiere con urgencia una revisión a nivel global. No es un tema nuevo, pues la migración ha sido a lo largo de la historia una manifestación de carencias y persecuciones, y de la voluntad individual y familiar para superarlas.
Después de los relatos de Cortés y Pizarro, los españoles y otros europeos se volcaron en codicia hacia América. El oro y la plata les causó una especie de adicción. Subyugaron los nativos y arrasaron sus culturas. Durante tres siglos, millones llegaron a estas tierras, pero no todos por voluntad propia, como quienes bajo cadenas fueron sustraídos al África, en un holocausto que es vergüenza de la Europa cristiana. No había estados ni reglamentaciones que impidieran la migración.
Hoy el planeta es otro, con una población de 7700 millones, cuya inmensa mayoría vive en países tercermundistas, donde predomina la pobreza. Según el último informe de Naciones Unidas, los migrantes internacionales superan los 230 millones. En el caso venezolano, la desviación socialista impuesta por Chávez en 1999, que hoy encarna el inepto y corrupto Maduro, ha expulsado 5 millones. Los niveles de pobreza en Venezuela han superado los de Haití, la inflación ha sobrepasado el 2000%, y el decrecimiento económico llega al 12%. Parece ficción que el primer país del mundo en reservas petroleras, con 302 billones de barriles, se encuentre en semejante situación.
Colombia alberga la mayor parte de esos hermanos migrantes venezolanos. Muchos conciudadanos sienten molestia, con razón rústica, porque un porcentaje de esos migrantes desplaza laboralmente a los nuestros y, en algunos casos, desarrolla criminalidad. Cierto, por las leyes del mercado, y porque la impunidad permite la espiral de delitos, también frente a los cometidos por los nuestros. Notas de xenofobia surgen, así como gritos de miedo al castrochavismo, presumiendo que toda postura progresista o socialdemócrata que pretenda doblegar la derecha que tan mal gobierna, fuere a terminar en lo mismo. Es la politización simplista de un drama humano de inmensas proporciones.
La mirada tiene que ser global. Es cierto que las dictaduras comunistas vieron o ven salir a muchos de sus ciudadanos, más que por carencias materiales, por rigidez ideológica y falta de libertad. Baste recordar Berlín oriental y los países del este europeo durante el dominio soviético.
Pero esa es sólo una cara de la moneda. La otra, mucho mayor en estadísticas, encuentra centenares de millones de migrantes por causa del capitalismo salvaje e inhumano, en todos los continentes. A quienes predican el temor castrochavista sin una visión global, hay que recordarles los barcos que de tierra africana zarpan hacia Europa, y las oleadas de hondureños, guatemaltecos y salvadoreños que cruzan Méjico para abrazar el sueño americano. Desesperados por la pobreza dejan su país, separándose inclusive de sus hijos menores.
¿Cuáles son las raíces? Sin duda, el neoliberalismo ilimitado, porque su ánimo explotador ha destrozado esos países centroamericanos. Nuestro modelo es similar y, si no fuera por la inmensa barrera que significa el istmo de Panamá con su selva del Darién, muchos colombianos harían lo mismo.
Aterrizando el tema en lo nuestro, no olvidemos los 5 millones de migrantes domésticos o desplazados, consecuencia del conflicto armado y de muchas otras carencias que explican entre otras el éxodo constante del campo a la ciudad. En la actualidad solamente el 24% de la población colombiana vive en áreas rurales, al paso que ese porcentaje era del 55% en 1960.
La solidaridad debe imponerse al ver al prójimo en necesidad, cualquiera sea la causa de su desgracia. En algunas latitudes es política, mientras que en otras es étnica o religiosa. Politizar de manera parcelada el tema venezolano es violentar la dignidad de la persona.
La solidaridad nos reconforta espiritualmente. Es cierto que Colombia tiene muchos problemas y que falta demasiado en empleo, salario digno y oportunidades. Pero albergar hermanos siendo pobres, nos enaltece más que albergar hermanos siendo ricos.