¡Actuar ya! es la consigna de batalla del presidente Biden quien inicia su mandato en medio de vientos huracanados convergentes que soplan desde tres direcciones diferentes potenciando así sus respectivos impactos. La disparadora de la situación, es la crisis de salud generada por una pandemia que por momentos parece salida de control, con vacuna a la vista y todo, con la consiguiente crisis económica, segundo huracán, que desnudó una situación que de tiempo atrás venía configurándose, que ya reclamaba acciones de fondo, no simples reparaciones para tapar las grietas que se abrieron. Coronando el escenario tempestuoso está la crisis del sistema democrático liberal que aunque es mundial, tuvo su expresión más dramática durante los cuatro años de Donald Trump.
Biden hace evidente una realidad frecuentemente olvidada, que lo importante, lo definitivo de las personas especialmente cuando tienen o aspiran a desempeñar un papel, una responsabilidad pública o que atañe a la suerte de otros, no es tanto lo que dicen, lo que prometen, sino lo que son como personas y su compromiso vital con ese discurso y propuestas. La palabra aguanta todo. El esfuerzo necesario está en poder captar la sinceridad, la honestidad de la persona, que sea consecuente con lo que dice y ofrece.
Biden puede no ser ni el más elocuente - no es Obama, Clinton, Reagan -, ni tener las ideas más novedosas. Es, si se quiere, simplemente sensato y realista, pero eso sí, con una condición humana que vale más que montañas de erudición y originalidad. Sabe ponerse en los zapatos del otro, comprendiéndolo y solidarizándose.
El llamado de Biden a la unidad de la nación, no es un recurso retórico, sino el reconocimiento de que como seres humanos y como ciudadanos se comparte un destino y que unidos se tiene la capacidad para trascender la coyuntura crítica. Reclama hacer más y de manera más rápida; para ello se requieren acuerdos bipartidistas con un Partido Republicano cuya alma histórica e ideológica fue desnaturalizada por Trump. No es un momento de partidos, es de la nación como un todo porque se enfrentan desafíos comunes.
Por ello la propuesta de acción de Biden exige realizar “el paso práctico a la unidad” para que las cosas se hagan. Es un plan de acción inmediata con dos pasos o componentes: ante todo contener una pandemia que luce inatajable, y un ambicioso paquete de recuperación económica -Para construir mejor-, que detallará ante el nuevo Congreso. Enfatiza los ejes de innovación, investigación y desarrollo, formación en habilidades para la nueva economía; energías limpias y economía del cuidado; se calcula que creará 18 millones de empleos. Todo bajo una bandera proteccionista (“americano compra americano”), que señala el fin de los tiempos de una globalización desregulada e ilimitada. Finalmente, la casi duplicación del salario mínimo por horas, de manera tal que el ingreso mínimo del trabajador sea superior a la línea de pobreza.
Lo de Biden es una propuesta de centro que busca enfrentar problemas colectivos, no intereses particulares, noqueando la visión de un centro amorfo, tibio e indefinido. El suyo es uno con decisión y claros compromisos, que no busca el término medio complaciente, que entre nosotros gusta tanto y que a nadie convence, sino la solución concreta a situaciones igualmente concretas. En Colombia ahora está de moda hablar de centro, en medio de una palabrería insulsa, repetitiva y oportunista, absolutamente irrelevante frente a los desafíos y posibilidades de la situación presente.
El nuevo presidente y su gobierno pueden mostrarnos de manera práctica lo que de verdad significa el centro, para dejar atrás tanta hojarasca inútil y perjudicial en un país urgido de una política seria y por consiguiente responsable. El Presidente Duque también puede aprender para salir de las aguas tranquilas (sin oleaje) que son políticamente traicioneras, y tomar distancia de un trumpismo vergonzante que medra en su gobierno.