Escribo tres días antes de unas elecciones complicadas, en un escenario político confuso como nunca antes y donde los ciudadanos, su mayoría, por muchas razones están literalmente mamados con la situación del país, y se encuentran igualmente confusos, manifestando una profunda inconformidad con lo que viven, podríamos decir padecen; desanimados, escépticos y desconfiados de la política y los políticos por tanta promesa incumplida y tanta corrupción que, salvo excepciones, generó su descrédito, aunado a la deslegitimación de la política, el espacio social insustituible para la expresión de la voluntad ciudadana y la concreción de los necesarios compromisos.
La transformación de la situación actual de la sociedad exige como primer paso la transformación y dignificación de la política. La crisis nacional y su superación son de naturaleza política. Se necesita más y no menos política, pero permítanme ser optimista, hablo de buena política, no como la que hoy padecemos. El domingo podremos dar los primeros y fundamentales pasos para hacer realidad el sueño de la transformación de Colombia, que muchos queremos. Somos más, muchos más animados con ese propósito.
Hablemos ahora de la tarea que sigue en el camino de recuperar esa política. Enrique Krauze, un mejicano lúcido, nos da pistas al plantear que la tragedia de la democracia latinoamericana ha sido su ideologización. Para superarla, propone una solución de fácil enunciación y difícil ejecución, encontrar o generar un espacio, “un núcleo de buena fe que invite al diálogo”, exigiendo saber escuchar, exactamente lo contrario de lo actual, una guerra civil en las redes sociales donde imperan pasiones burdas e irracionales cerrándole el espacio a la reflexión, a escuchar al otro; donde campea la pasión destructiva que no ve sino enemigos, y que esgrime el puñal ante cualquier asomo de razonamiento.
En democracia, sin dogmas revelados, se confrontan contradictores, normal en una dinámica caracterizada por el pluralismo y no el unanimismo propio del caudillismo. La crisis de la democracia transformó a los contradictores en enemigos a los cuales hay que derrotar, no convencer, con la matonería de la mentira y el insulto descalificador, acompañada por toda suerte de golpes bajos. Krauze adoba el cuadro anterior con el aliño latinoamericano, y colombiano, de que somos expertos en despreciarnos a nosotros mismos, con discursos catastróficos, especialmente frente a extranjeros.
El cuadro descrito es principalmente válido para sectores dirigentes politizados, de intelectuales y activistas políticos que pueden darse el lujo de reducir el espacio y el quehacer político a “sacarse los trapitos al sol”, mientras que el ciudadano corriente, la llamada mayoría silenciosa que “vive al día y quiere la paz”, reclama que política y políticos, por fuera de debates y peleas ideológicas, se centren en la atención a sus necesidades concretas. Lo presente nos hace recordar a Rafael Reyes que hace 120 años, luego de la terrible Guerra de los Mil Días, reclamaba para el país “menos política y más administración”. La tarea que habremos de continuar luego de los resultados electorales del domingo, valdría la pena que se orientara con el mensaje, más que centenario de Rafael Reyes, pero vigente hoy más que nunca.