Lo que sucede en Cúcuta y Colombia no es ajeno a la realidad de otras ciudades o países.
Cúcuta es una ciudad donde se concentra buena parte de la actividad económica, laboral y social de Norte de Santander, esta bella ciudad es epicentro de muchos problemas: fragilidad de su economía, persistencia del desempleo y la informalidad, pobreza, migraciones, desplazamientos y desarrollo de economías criminales e inseguridad.
Al respecto es dominante una perspectiva local que cree que estos problemas son únicos, lo cual “nos hace diferentes a otras ciudades y entidades como el DANE mienten o encubren nuestra realidad”.
De esta manera socialmente se ha aceptado que este conjunto de problemas son responsabilidad estricta del gobierno central o surgieron con Ramiro Suárez.
En 2020 después de varios meses conviviendo con la pandemia Covid-19 y con la aplicación de las medidas de salud pública, los efectos devastadores en la economía y en el mercado laboral han generado incertidumbre, miedo, desesperanza, indignación y riesgos, pese a los intentos de los gobiernos para hacer frente a la crisis; donde hay que reconocer avances importantes como la dotación y equipamiento hospitalario, el fortalecimiento de los programas sociales del Estado y la implementación de subsidios y créditos orientados al sector empresarial, que dicho sea paso, la incidencia en el empleo formal ha sido precaria.
Con la reapertura gradual de la economía y la aplicación de los protocolos de bioseguridad, Cúcuta fue pionera en el país, lo cual fue celebrado con optimismo desbordado. Al planear la reapertura y la aplicación de los protocolos de bioseguridad quizás no se consideró lo estructural: una economía frágil predominantemente informal hasta en lo social, con carencias de una cultura ciudadana, aclaro que esto no es una crítica ni una visión pesimista, la informalidad es un modo de vida y hace parte de la idiosincrasia local.
Otro rasgo social por considerar es el individualismo, los obstáculos culturales para lograr procesos de asociatividad, la poca aceptación y el escaso acatamiento a la ley, las expectativas negativas frente a las instituciones públicas y policiales que se modulan con la corrupción, la criminalidad y la inseguridad.
En este contexto, la solidaridad, el amor a la familia, el emprendimiento, la valentía para hacer frente a la vida, las creencias arraigadas, el lenguaje (el tono propio), sus paisajes y la gastronomía de la frontera son aspectos que identifican a la cultura cucuteña.
Estos aspectos deben ponderarse a la hora de tomar decisiones de política local o regional, para influir en el comportamiento de la gente frente a las medidas de salud pública, en vez de acudir al juicio moral privilegiado y al señalamiento individual de la indisciplina y la irresponsabilidad.
Otro asunto a considerar en los próximos meses, mientras se hace realidad la promesa presidencial de apoyar los “emprendimientos de a pie” y ante cualquier decisión de cierre total; se deben habilitar las actividades de comercio informal en espacios a cielo abierto para desconcentrar el centro de la ciudad, usando la infraestructura pública para desarrollar ferias o mercados itinerantes que en coordinación institucional y con la aplicación de actividades de promoción y las medidas de salud pública pueden ser viables como ocurre en otras ciudades del mundo, en especial, si la gobernación y las alcaldías presentan limitaciones para proveer asistencia alimentaria e implementar apoyos para pagos de servicios públicos.
En 2021 deben iniciarse procesos de capacitación en torno a la creación de empleos temporales y de emergencia que pueden ser socialmente útiles en campañas de salud pública, de reforestación y conservación ambiental, adecuación y embellecimientos de colegios, de parques y escenarios deportivos, regulación y asistencia a migrantes, brigadas para mejorar la movilidad y el uso del espacio público. Aquí debe considerarse a la gente como parte de la solución y no solo, el problema.