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Paz en la sopa
El presidente Santos es valiente al exponer su pellejo al público en un tema tan impopular como puede ser negociar con criminales.
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Domingo, 3 de Julio de 2016

¿Para qué sirve la paz? Para muchas cosas, pero el fin de la guerra con las Farc no es la meta más útil. Detrás del discurso de Santos hay un mensaje profundo que busca cambiar de raíz la realidad del comportamiento de los colombianos. El discurso de la paz cumplirá su meta más importante, si antes de lograr que las Farc abandonen las armas, logra que los colombianos de a pie abandonemos nuestra actitud violenta en la vida.

Indiscutiblemente, algunos de los mejores beneficios que traerá la firma de la paz para Colombia serán: la confianza de los inversionistas extranjeros, la redirección del presupuesto de la guerra en otras prioridades de la nación, la posibilidad de mejorar la calidad de vida del sector rural, entre otros. No obstante, todo lo anterior será imposible, si los colombianos no interiorizamos que la firma de la paz significa aceptar un nuevo estilo de vida basado en la no violencia y la unidad.

El presidente Santos es valiente al exponer su pellejo al público en un tema tan impopular como puede ser negociar con criminales. Dejémonos de bobadas, hasta los defensores de la paz sabemos que estamos negociando con criminales que no les ha temblado la mano para sembrar terror en Colombia. Sin embargo, también es cierto que ese es el doloroso precio que tendremos que pagar para construir un país nuevo que se sobreponga a los rencores del pasado. 

Además, nosotros somos los culpables de haber creado desde hace más de 50 años el caldo de cultivo de desigualdad para que nacieran grupos ilegales como las Farc. Es mejor que nos traguemos el sapo de ver a las cabecillas de las Farc en el congreso y los perdonemos, a seguir en el país que tenemos.  

Santos tiene la difícil tarea de convencer a los colombianos de que es mejor vivir en un país sin violencia, e invitarnos a ser una sociedad unida y solidaria. Es un problema grave que por tantas décadas nos hayamos acostumbrado a vivir en medio de la desconfianza y la agresividad entre nosotros. Pues por más acuerdos de paz que firmemos, de nada sirven si seguimos siendo una población violenta que fomente la creación de nuevos grupos ilegales.

Los discursos que invitan a la unidad y la reconciliación han sido exitosos alrededor del mundo, pues marcan un antes y un después en la historia de sus respectivos países. Abraham Lincoln logró abolir la esclavitud en Estados Unidos, Mahatma Gandhi fue decisivo en la liberación de la India del dominio británico y Nelson Mandela desmontó la estructura política y social racista que había Sudáfrica. Todos estos líderes carismáticos lograron su objetivo a través de un discurso no violento, que invitaba a la reconciliación entre los opresores y oprimidos. Invitaron a no fijarse en los rencores del pasado e iniciar la construcción de una nueva nación a partir de la unidad.

Desafortunadamente, el presidente Santos no es un líder carismático, y por eso le es tan difícil movernos el piso a los colombianos cuando aparece en televisión hablando de paz. Ojalá los papeles estuvieran invertidos, y el expresidente Uribe fuera defensor de los acuerdos de paz. Me imagino a Uribe usando poncho y sombrero hablando a favor de la paz y la reconciliación en Colombia, eso sí se vendería como pan caliente. 

De cualquier forma, esta fue la coyuntura política que nos tocó, nada preciosa pero oportuna. Con sinceridad, espero que los acuerdos de paz sean un acto simbólico determinante para acabar con el conflicto armado en Colombia. Pero más importante aún, es que los colombianos nos convenzamos de que la violencia no es el camino para solucionar nuestras diferencias. Para ello, sería bueno que todos los días nos tomáramos una cucharada de la sopa de la paz.

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