Algunas puntualizaciones nos dan el contexto para sustentar el titular de este comentario.  Veamos.  Nos acercamos a los tres años desde que el presidente Putin, en febrero del 2022 decidiera invadir Ucrania.  Los muertos superan los 200 mil y los refugiados ucranianos en Europa ya suman más de 6 millones. 

En paralelo, ya han transcurrido quince meses desde aquél fatídico 7 de octubre en el que criminales mentes de Hamas asesinaran a más de 1.200 ciudadanos israelíes indefensos y secuestraran a más de 400.  En represalia, el atormentado presidente Netanyahu ordenó arrasar el territorio palestino generando -hasta la actualidad- más de 45.000 muertos, mayoritariamente población civil, mujeres y niños.

En enero venidero, con pocos días de diferencia, en Venezuela y en Estados Unidos ocurrirán hechos políticos relevantes.  En el primero, Maduro jurará por un nuevo período de 5 años, cuando en la elección del pasado 28 de julio triunfara -según las Actas Electorales- el candidato opositor Edmundo González. 

Después de más de diez años de gobierno dictatorial, con libertades restringidas, bien acoderado en FF.AA. corruptas, que no están dispuestas a soltar las prebendas alcanzadas, mientras 8 millones de venezolanos deambulan por el mundo no justamente haciendo turismo, y un porcentaje mayoritario de la población se bate entre el hambre y la miseria.  Y cada día será más difícil que Maduro deje el Palacio de Miraflores, porque la economía cierra el 2024 con números azules y todo indica que ello continuará.

A lo anterior, debemos sumarle el inicio del segundo mandato en los Estados Unidos de Donald Trump.  Empecemos por decir que ha hecho nombramiento de autoridades, muchos de ellos de ascendencia latinoamericana, francamente extremistas en sus posiciones político/ideológicas.  Ello, hará temblar desde sus cimientos a las dictaduras imperantes en Cuba, Nicaragua y Venezuela, si no su derrumbe final.

De otra parte, la conocida globalización, que se genera una vez se derrumba la Unión Soviética, está siendo demolida.  Ello, se deduce de las declaraciones del equipo económico que se instalará en los puestos claves para manejarla, en el sentido que se debe poner fin a la masiva importación de bienes y servicios producidos en China, para lo cual se aplicarán aranceles que fluctuarán entre el 25 y el 50%. 

Igual cosa anuncian, respecto de los automóviles, piezas y partes, de empresas automotrices norteamericanas que amparadas por el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (ALCA) trasladaron sus fábricas a Canadá o México.

En lo político, anuncian castigos o tratos duros, a los países que ponen en riesgo los intereses norteamericanos, o simplemente van en sentido opuesto a los intereses de las grandes corporaciones transnacionales de propiedad de consorcios estadounidenses como los de Elon Musk -entre otros-.

Así las cosas, no debiéramos extrañarnos por el anuncio de Trump en el sentido que el Canal de Panamá debe regresar a ser administrado por los Estados Unidos, con el grotesco pretexto que las tarifas que hoy se cobran por transitar por él, son excesivas.

O que se amenace a China acusando que no combate con mayor drasticidad la producción de fentanilo, mientras el consumo de sustancias psicotrópicas en Estados Unidos aumenta de manera exponencial poniendo en riesgo la seguridad nacional de dicho país.

Tampoco debiera llamarnos la atención, porque ya lo intentó en su primer mandato, el persistir en el combate a la inmigración de latinoamericanos, asiáticos y no pocos africanos.  Ni muros, zanjas o alambradas impedirán que millones de seres humanos sigan ilusionados con el “sueño americano” que bien vale correr el riesgo de una deportación.

Por todo ello, y algunas cosas más, creo que viviremos un 2025 poco promisorio.

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