La Colombia que soñamos en paz, sin la sombra del narcotráfico y del conflicto interno, con mejores ingresos para la clase trabajadora y por tanto mejores estándares de vida, con programas de educación y de salud altamente eficientes, con una democracia firme y con pocas desigualdades; todavía está lejos de ser una realidad, sin negar que se han dado pasos importantes a pesar del palo en la rueda del progreso que le pone la corrupción.
Es gratificante encontrar personas procedentes de otros países que llegan a esta tierra y se enamoran de ella porque encuentran motivos suficientes para hacer de Colombia su nuevo hogar con oportunidades para crear empresa o simplemente para vivir. Se quedan porque le encuentran gusto a la comida, admiración por su paisaje rural y urbano o hallan sitio donde trabajar y continuar su desempeño profesional. Esta es una situación que no es nueva, pero se ha incrementado en los años recientes y llegan personas procedentes de muchos países, distintos a los venezolanos que lo hacen empujados por circunstancias de fuerza mayor, la crisis de todo orden en su país, la cual ha llevado a invertir el flujo migratorio entre Colombia y Venezuela.
Una manifestación pública hecha por un inmigrante recalca los motivos por los cuales se quedó en Colombia y el principal más allá de su riqueza física está la de su gente, su amabilidad, sus expresiones, el agrado con que sirven y hacen un favor. La sonrisa de quien atiende en un local comercial, el saludo cordial y las denominaciones con diminutivos, se trata de gente querida, expresiva en sus manifestaciones hechas con alegría entre risas y siempre dispuestas a solicitar perdón por un error. Es todo ello lo que hace linda a la gente Colombiana y nosotros mismos no advertimos, pero sí salta a la vista de un extranjero y lo reconoce como una cualidad que sobresale y pone el comportamiento proactivo de las personas por encima de todo.
Cultivar el buen trato y los buenos modales, con un lenguaje amable, es una tarea que debemos continuar a través de la educación formal que se imparte en escuelas y colegios, al igual que en la casa, donde los niños aprenden buen comportamiento para ponerlo en práctica en su edad adulta. Estamos a un siglo de haberse publicado el Manual Urbanidad de Carreño que luego desapareció de los programas de enseñanza, aún sabidos sus efectos positivos-.
Por lo mismo alguien en estos tiempos debería ocuparse de escribir un protocolo de urbanidad y buen trato adaptado a nuestros tiempos, a sabiendas de los buenos resultados que se obtienen con un trato innato que, reforzado con instrucciones precisas mejor sería su resultado, para continuar construyendo el país feliz y en paz que anhelamos.