Mi amistad con Guido Antonio Pérez Arévalo tenía muchos motivos: ambos de la provincia de Ocaña, conservadores, de cercanas generaciones, abogados, seguidores en su momento y muy al lado de Lucio Pabón Núñez y de Argelino Durán Quintero, y, particularmente, amantes de las letras. A pesar de que el trato entre las gentes de la provincia es el de vos, no se crea que se emplea con todo el mundo; con Guido nos voceábamos por aquella familiaridad que surge espontáneamente.
Con mucho gracejo me contaba que su padre, don Luis Jesús Pérez, se vanagloriaba de recibir correspondencia constante del doctor Pabón Núñez, que conservaba como un tesoro, pero ocurrió que, en una ocasión, hablando él con el doctor Euclides Jaime González, en Bogotá, Euclides le confesó que quien le contestaba las cartas a don Luis Jesús era él. Y remataba Guido su anécdota: “¡Cómo te parece lo que hacía el vergajo de Lucio”.
En un tiempo, Guido escogió a Chinácota para pasar su vejez. Adquirió una finca y se dedicó a cultivar flores. El encanto de Chinácota lo condujo a indagar por sus orígenes y fue así como escribió un estupendo libro que tituló “Chinácota, encuentros con la historia”. Descubrió que el verdadero fundador fue Melchor Vásquez Campusano en 1584, y no Pedro de Urzúa. ¡Ahí fue Troya! Ni el doctor Mario Mejía Díaz le creyó, ni los intelectuales y líderes chinacotenses. Él les mostró las pruebas, les hizo cuentas, en fin, los puso contra la pared, mas de nada le valió. Guido y yo convinimos en que habíamos tenido la misma experiencia cuando se contradice lo que la gente se empecina en creer y no acepta la refutación. “Lo mismo que te pasó a vos, me decía, cuando demostrás en tu libro “Cerca de las estrellas” que el obispo Rafael Celedón no fundó a Bucarasica”.
Guido se lanzó de candidato a la alcaldía de Chinácota, pero lo dejaron solo; al parecer le cobraron la osadía de llegar a develar una verdad.
Nos comentábamos frecuentemente sobre los trabajos en que estábamos empeñados, y al informarle que había encontrado en los libros parroquiales de Ábrego el acta de fundación de un pueblo llamado Jesús de Belén por obra de mi tío bisabuelo el general Mateo Torrado, mi abuelo Ramón Torrado y otros parientes, se interesó por saber qué relación había con su pueblo natal La Playa de Belén. “Ya que vos sabés mucho de Ábrego, ayudame en esa investigación”. “Te tenés que convertir en mormón”, le dije. “No me jodás; ¿cómo es eso”. “Pues que los mormones tienen microfilmados los libros parroquiales de todo el mundo, y apenas llega a uno al templo le echan una muchacha hermosa para que lo vuelva hermano, pero de todas formas le prestan los cubículos de proyección de los filmes”. Guido se rio con gana por el cuento de la muchacha. Después me comentó que le había servido mucho mi orientación.
¡Amigo y hermano, descansa en paz!
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