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Soñar en almohadas de Millennial
Si los jóvenes creemos en algo y luchamos por eso somos ingenuos, y si solo hacemos nuestro trabajo por un salario al final del mes somos frívolos y utilitaristas.
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Miércoles, 27 de Diciembre de 2023

Nuestros padres y abuelos soñaban con una casa propia y un trabajo estable como símbolos de éxito. Hoy, según la más reciente investigación de The Empower sobre felicidad financiera, los Millennials necesitan $2.069 millones de pesos al año para vivir a gusto. Parece loco, pero en realidad no lo es, ya que esos sueños de antaño se han transformado en metas casi inalcanzables para muchos jóvenes.

Tener una carrera, dominar un segundo idioma y haber obtenido un postgrado eran puntos que ponían a cualquier candidato en un proceso de selección por encima de los demás. Hoy en día, (por más difíciles de alcanzar que parezcan) no son el elemento diferenciador.

Y a pesar de que la investigación se centra en Estados Unidos y data sobre las perspectivas financieras allí, donde cada diploma que hoy ostenta un joven lleva consigo una deuda promedio de $42.000 dólares, casi ciento cincuenta millones de pesos, la diferencia monetaria no es mucha con nuestro país. Sin hablar de las enormes dificultades de acceso, pagar una carrera y un postgrado puede estar por ese orden, y sigue sin ser suficiente para lograr un buen asiento en la mesa.

Por eso, con la discusión del salario mínimo servida entre manteles navideños (recomiendo leer la más reciente columna de Juan Diego Peña al respecto), es indispensable pensar en las perspectivas financieras especialmente para los jóvenes.

El panorama es totalmente desesperanzador para Millennials y Gen Z por igual, sólo que unos disfrazan mejor su depresión que los otros. Hay un mercado inmobiliario al que es prácticamente imposible acceder: Apartamentos de treinta o cuarenta metros cuadrados por no menos de $150 millones, los cuales hay que pagar con deudas a 15 años con un banco, y sin tener ninguna perspectiva de futuro financiero clara.

Adicionalmente, los jóvenes cargamos con una facilidad para ser llamados perezosos, o, todo lo contrario, workaholics, y para ser juzgados por parte de las generaciones mayores, lo cual no contribuye mucho en el panorama. Si los jóvenes creemos en algo y luchamos por eso somos ingenuos, y si solo hacemos nuestro trabajo por un salario al final del mes somos frívolos y utilitaristas.

Las perspectivas laborales parecen tener solo dos horizontes para los jóvenes: cárceles de empleos fijos obtenidos a través de concurso donde no se puede ascender ni soñar, o vivir en la libertad de saltar de empleo en empleo como Tarzán, pero con el temor constante de no saber dónde o cuando aparecerá la próxima liana. Y ni hablar de emprender, porque allí se suman todas las incertidumbres, todos los riesgos, todos los juicios y como postre, los impuestos.

Y en ese mar casi innavegable, surgió otra perspectiva de ingresos que es realmente un espejismo y que me produce una tristeza personal importante. La mentira colectiva casi religiosa que se ha creado de que todos podemos ser creadores de contenido, influencers, estrellas de only fans, y no requerir de esfuerzo para obtener un sustento cuando las probabilidades de que eso suceda son ínfimas.

Creo que esa creencia nace del delirio que produce en nosotros la fiebre de saber que casa+empleo estable son un combo difícil de adquirir, con una etiqueta de precio elevada, no sólo en términos financieros sino también desde la salud mental.

Mi mensaje de navidad no solicitado para los jóvenes: Esta generación, a menudo malinterpretada y subestimada, lleva en su núcleo una chispa de inquietud por el futuro que ninguna otra generación había tenido, somos los que recogemos la basura en un sitio público para que el siguiente visitante encuentre algo bonito, y somos más que nuestras deudas, más que los juicios y las etiquetas. Perseguir esa chispa puede ser la diferencia entre lograr o no la felicidad financiera. 


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