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Trump, coronavirus y geopolítica
Es probable que los poderosos no entiendan la oportunidad que representa el coronavirus para recomponer las relaciones entre las naciones.
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Domingo, 12 de Abril de 2020

El primer caso de coronavirus en los Estados Unidos se conoció el 20 de enero. Para entonces, el referente estaba localizado en China, y pocos pensaban en su acelerada propagación en todo el planeta. El presidente Trump, que pensaba en su reelección, se mofó cuando precandidatos demócratas, como Biden y Sanders, le advirtieron sobre los riesgos del virus, comparando la crítica con la injerencia de los rusos en su elección, o la extralimitación de poder por solicitar al gobierno de Ukrania que investigara los negocios del hijo de Biden, a cambio de colaboración financiera.

En cada rueda de prensa y en sus tweets, sostenía que el Coronavirus estaba bajo control. Una de sus últimas salidas generó fastidio inmenso, toda vez que solicitó a sus conciudadanos el distanciamiento social y el uso de la máscara, y enseguida sostuvo “yo no la voy a usar, no la necesito”. Esa desbordada arrogancia la complementó al amenazar a la Organización Mundial de la Salud por seguir algunas recomendaciones de China frente a la pandemia, no obstante haberla elogiado varias veces. En fin, Estados Unidos, por la ausencia total de liderazgo presidencial frente al Coronavirus, perdió tiempo valioso. 

Parece mentira que hace un mes hubiera 4.667 contagiados y que hoy haya más de 580 mil casos en los Estados Unidos. Ese crecimiento exponencial se ha concentrado en Nueva York por tener alta densidad de población y ser la principal puerta de entrada al país. Imaginarse un hospital en Central Park y fosas comunes para enterrar temporalmente a los muertos, parece una novela de Stephen King. La pandemia está tan desbordada en los Estados Unidos, que el viernes santo fallecieron 2.000 personas. Aunque su población representa ¼ de la población china, hoy tiene 6 veces más contagiados que el gigante asiático. 

Resulta irónico que la primera potencia del mundo, cuyo presupuesto militar es 5 veces superior al presupuesto militar de todos los países europeos juntos, incluído Rusia, esté en semejante crisis de salubridad. La fuerza de las armas ciertamente da mucho poder, pero jamás la sabiduría y prudencia que la razón otorga. 

A pesar del desgano que a veces produce la política, hay que entender que sus liderazgos sí cuentan. Obama sacó adelante su plan de salud, hoy conocido como Obama Care. Era un programa susceptible de ser mejorado, pero un gran avance en un país que trataba la salud como vil mercancía. Pues bien, Donald Trump lo desmontó para que la salud quedara nuevamente en manos del mercado. Ahora que el mundo entero padece la pandemia, deberíamos entender que una de sus grandes lecciones gira en torno al derecho a la salud, que tiene que mantenerse alejado de cualquier privatización mercantilista.   

Cada país, en medio de sus posibilidades, imagina fórmulas no sólo de salubridad sino también económicas para mitigar los devastadores efectos del Covid19, que paralizaron la productividad, el empleo y el consumismo. En los Estados Unidos se aprobó por el Congreso un paquete de 2 trillones de dólares para ayudar a los desempleados, que superan los 16 millones. En nuestro país, cuya deuda pública alcanza el 50% del PIB, una medida semejante no es posible y, en consecuencia, se acude al crédito externo, la suspensión de los aportes pensionales, y una contribución de los empleados públicos que ganan más de 10 millones, sin vincular solidariamente al sector privado. Estos contrastes entre países se incrementarán pasada la pandemia. 

Es probable que los poderosos no entiendan la oportunidad que representa el coronavirus para recomponer las relaciones entre las naciones, y abandonar el daño ambiental que la extrema productividad genera sobre el planeta. El fracaso del capitalismo salvaje se evidencia en 3.100 millones de personas que viven con menos de dos dólares al día, 1.500 millones que no tienen agua potable, 900 millones de adultos que no saben leer ni escribir, y 260 millones de niños forzados a trabajar; en fin, en 49 países que se encuentran en bancarrota. 

Quisiéramos que Colombia, ante la necesidad de capital y las presiones neoliberales, no multiplique irresponsablemente su deuda, ni privatice Ecopetrol y otros activos, ni permita concesiones ilimitadas para el fracking y cualquier explotación de nuestros recursos. Algo semejante añoramos para el resto del Tercer Mundo. La salida no es otra que construir una gran solidaridad internacional, como la soñó Keynes al terminar la Segunda Guerra Mundial, de suerte que las naciones industrializadas tiendan su mano a las necesitadas. 

Naciones Unidas debería liderar esta empresa de capitalismo socialdemócrata. Empero, hoy parece dominada por la rivalidad entre Estados Unidos y China, pues ni siquiera frente al Covid19 ha podido desarrollar un papel digno, a pesar de tener adscrita a la OMS. Todo está por hacer, sobre la base de la razón y la solidaridad entre los humanos.  

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