En coyunturas como la que se vive actualmente en Colombia, de cara a las primeras elecciones luego de la firma del Acuerdo de paz con las Farc, y teniendo en cuenta la gran bola de nieve desinformativa que crece con cada enlace, ‘me gusta’ o cadena de whatsapp, el oficio de opinar o juzgar un determinado proceso, partido o político en particular, queda en un segundo plano, dándole paso a la tarea de explicar y hacer pedagogía sobre aspectos que son elementales y básicos pero que tienen enormes consecuencias para el ejercicio de la democracia.
Por esto, para esta edición me he propuesto continuar la tarea de hacer un poco de pedagogía electoral, con el fin de dar a entender cómo pequeños conceptos harán grandes diferencias en el quehacer político. En esta ocasión vale la pena revisar las diferencias entre el voto preferente y no preferente en la jornada que se llevará a cabo para elegir el nuevo Congreso de Colombia, teniendo en cuenta las implicaciones en la realidad que tiene la forma en que los partidos presentan sus listas al elector.
En el mecanismo de voto preferente, hay una lista abierta donde los candidatos que más votos obtengan son los que obtienen una curul, sin importar el orden en que se inscribieron en la lista. En el voto no preferente, por el contrario, el elector sólo vota por el partido. La asignación de curules se hace en el orden de inscripción dentro de la lista, dependiendo del número de escaños que consiga el partido en la contienda electoral.
En Colombia, los partidos que se presentaron mediante una lista abierta (voto preferente) son: Verde, Conservador, Opción Ciudadana, Centro Democrático, Liberal, Polo, U, Todos Somos Colombia, ASI y Cambio Radical. Los que juegan su partida mediante el voto no preferente son: Farc, Si se puede, Colombia Justa Libres, Unión con Fortaleza, Somos y MIRA (que lleva haciéndolo de esta manera desde hace 24 años).
Aunque ambas opciones (voto preferente y no preferente) son formas válidas desde 2003 de que los partidos lleguen al Congreso y otras corporaciones de elección popular, las consecuencias de una y otra son diferentes y emanan de razones diferentes de su elección. Es claro que la lista cerrada es un arma de doble filo porque, si bien es cierto que teniendo en cuenta la fuerza del partido (integralmente), el voto no preferente le puede generar mayor representatividad al movimiento político, puede ocurrir que los ciudadanos no estén de acuerdo con el orden en que el partido presenta a los candidatos en su lista y por tanto se abstengan de otorgarle su voto a la colectividad. El voto no preferente puede hacer que un partido político pierda adeptos si los ciudadanos consideran que alguno de los inscritos en la lista no ‘merece’ una curul, castigando así a todo el partido mediante una elección diferente a la que harían si la modalidad de voto fuese preferente.
Por otra parte, los partidos que eligen presentarse con una lista abierta (voto preferente) denotan que al interior tienen muchos dirigentes con capacidad y liderazgo político que fortalecen la unidad del partido, en vez de contar con un simple caudillo que carga por sí solo con todo el peso político y la confianza que los ciudadanos depositan en el movimiento. Sin embargo, el voto preferente también tiene sus desventajas, si se tiene en cuenta que este mecanismo crea estímulos para que los candidatos desarrollen sus campañas de manera unipersonal, y dejen de lado el fortalecer las organizaciones partidistas.
Teniendo en cuenta que esta columna supone simplemente un ejercicio pedagógico, no voy a entrar en detalles de qué mecanismo considero mejor o por cuál debería de inclinarse la ciudadanía. Sin embargo, sí quisiera dejar claro que sin importar cuál sea su elección, lo importante es ejercer el voto y plasmar su opinión política en el tarjetón el próximo 11 de marzo.
