Recién creada la Licorera del Norte de Santander, para el montaje de sus instalaciones se apropió de un lote de terreno localizado en las cercanías del matadero de la ciudad, ubicación que reunía todos los beneficios para el desarrollo de sus actividades y alejada del centro urbano y retirada de viviendas y otros domicilios. Esa ubicación de la que queda como vestigio su vetusto edificio, todavía existente hoy, está ocupada por una de las escuelas de la congregación de María Auxiliadora, en la calle once entre avenidas cero y primera. Para los transeúntes acuciosos que transitan por la calle once, aún puede apreciarse frente a su fachada, un reborde por debajo del cual circulaban las aguas de una de las “tomas” que le suministraba el líquido necesario para sus procesos, así como surtía del mismo al degolladero municipal, situado a escasos metros al norte del lugar.
A mediados de los cuarenta, cuando la fábrica apenas comenzaba sus operaciones de destilado, era su maestro licorero el señor Carlos Angarita Parker y el administrador de la planta, el señor Carlos Serrano. Como dato curioso ejercía las funciones de “fiscal” de la empresa del departamento, nadie menos que el conocido “Trompoloco”, Carlos Ramírez París, quien me supongo aún no ejercía su labor periodística, toda vez que su dedicación al periodismo data de los primeros años de la década de los cincuenta.
Pues bien, inquietos por conocer los pormenores de la naciente empresa que para otros departamentos había sido exitosa, un grupo de periodistas realizó un recorrido en compañía de sus expertos funcionarios para conocer la realidad de la organización y los beneficios que traería para la región su desarrollo.
Inician entonces el recorrido y el experto licorista les enseña el primer paso de la producción, el destilador. Les explica a los periodistas que cuando recibió el encargo, la empresa operaba el destilador, un día produciendo aguardiente y otro día, alcohol. A continuación, pasan a la sala de calderas, sólo hay una en funcionamiento en ese momento, pues uno de los buitrones está en mantenimiento. Por esta razón, manifiesta que la producción actual es de treinta mil litros, pero que cuando está en plena actividad y toda la maquinaria trabajando, su capacidad se eleva a unos noventa mil litros mensuales. Agrega que está elaborando un documento para presentar a las directivas con el objeto de conseguir unos aditamentos especiales que le permitirá a la Licorera atender la demanda de todo el Departamento.
El principal problema que teníamos, dice, es que en la fábrica no había existencias para garantizar la entrega oportuna a los clientes y con la interrupción por el arreglo de la caldera nuestra principal preocupación era quedarnos sin producto. Con su hablar lento pero seguro, los periodistas se contagian de su seguridad y se convencen de que es dueño de una convicción que merece todo el respeto, más cuando les enseña el patio de carbones, donde se deposita y almacena el material que alimenta las calderas, detallando que antes de su utilización es sometido a los análisis que les permite conocer sus características químicas y físicas para obtener de él su mejor potencial. Esta explicación causa la curiosidad de los comunicadores y uno de ellos le pregunta: ¿le trae algún beneficio ese análisis? Sí señor, responde, nos permite usar el mejor carbón, lo que se traduce en un ahorro por su manejo más eficiente que desde que se hace, le representa a la empresa una economía de unas cuarenta cargas diarias, que también lo es para el Departamento.
Siguiendo el recorrido llegan a un salón donde se está habilitando el taller de carpintería. Declara que es de absoluta necesidad, puesto que hay elementos que antes debían comprarse como barriles, cajas, estanterías y otros, que ahora son fabricados en la misma empresa representando un ahorro sustancial.
El paso siguiente fue la visita al laboratorio, una dependencia que antes estaba relegada casi que al olvido, pero que ahora trataba de retomar la importancia que debe tener en toda empresa que se dedica a la producción de licores y demás productos derivados de la destilación. Vean mi ‘gran laboratorio’, les dijo Angarita Parker a los visitantes, vean que no tengo los elementos necesarios para investigar ni para desarrollar productos novedosos; este laboratorio debería dotarse de elementos que permitiera una explotación más racional de las materias primas e insumos que utilizamos, como lanzándoles la idea de presionar para que esto ocurriera a través de los medios. Da como ejemplo la posibilidad de explotar la producción de ‘gas carbónico’, un subproducto que se está perdiendo en una proporción de doscientos millones de litros mensuales y que podría estarse vendiendo a las fábricas locales e incluso exportar el sobrante; sería un ingreso adicional, tanto para la fábrica como para el Departamento. ¿Cuesta mucho aprovechar o producir este gas carbónico? Pregunta uno de los periodistas. Absolutamente, sólo se requiere proveer las tapas de las cubas de fermentación y la tubería necesaria para su captura y conducción con su respectivo compresor. A este respecto concluye diciendo que, al parecer, la administración está haciendo algunas gestiones con miras a la ejecución de este proyecto, que considera esencial para las finanzas de la empresa.
Finalmente, los visitantes son llevados al salón de envase. Una operación que en sus inicios era completamente manual. Para la realización de estas operaciones sólo se contrataban mujeres, pues se consideraba que tenían un manejo más delicado de los productos. En el momento de la visita, el departamento de envasado tenía unas quince operarias que se dedicaban, unas al llenado, tapado y etiquetado de las botellas. Un grupo adicional se encargaba de la limpieza del material, tanto del producto como de los elementos en los cuales se depositaba para su distribución y venta.
Para terminar el recorrido, el anfitrión les enseñó el depósito de materias primas, esencialmente conformada por la panela que se adquiría en la región y que luego de los análisis correspondientes elaboraban los guarapos que posteriormente se transformaban en los licores, particularmente en el más reconocido y famoso Aguardiente Extra, el aguardiente de los nortesantandereanos.
Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com