15 años, 6 meses y 11 días es el tiempo que ha pasado desde el fallo de la sentencia C-355 de 2006 el 10 de mayo de aquel año (que regula el aborto como un derecho en tres causales mencionadas en mi columna anterior) a la fecha de escritura de esta entrada. Todavía me acuerdo, yo tenía 16 años y estaba cursando 11 grado de bachillerato y algo se dijo en el colegio, algunas pocas palabras en conversaciones en los pasillos, algún docente diciendo que eso no debería permitirse, alguna hermana argumentando que la vida humana comienza en su concepción. Recuerdo que en una clase, no sé si era de español o de sociales, debatimos sobre la sentencia, no nos dieron mayor información más allá de la que se puede esperar de un colegio católico, dividieron el salón en dos: de un lado quienes estaban en contra del nuevo derecho, de otro quienes (valientemente) se atrevieron a refutar esa idea. No recuerdo en qué orilla quedé yo, no tenía mayor claridad de qué significaba ese cambio jurídico sobre nuestras vidas, pero sí me acuerdo que quienes hablaron a su favor era un pequeño grupo, probablemente no más de 5.
Siento que necesitaba escribir esta columna para hablar con la Adriana de aquel entonces en estos días de incidencia por la Causa Justa a favor de la despenalización del aborto. Quisiera decirle que no tuviera miedo de alzar su voz para defender la soberanía de su cuerpo y de su proyecto de vida, que la maternidad no es un destino y que interrumpir un embarazo no la hace una criminal. Quisiera decirle que el aborto no es un asesinato, pues aquello que crece en el cuerpo es un cigoto, que después crecerá en un embrión para desarrollarse posteriormente como un feto y este proceso será humanizado sólo si así es tu deseo. ¿Cómo no te explicaron eso en las clases de ciencias naturales? ¿Cómo no se dialogó esta dimensión en tus clases de filosofía o sociales? Algo tan importante que te escondieron detrás de la moral católica que venía acompañada de la culpa o la vergüenza. Quisiera decirle también que ya hay mucho más debate público, que los pasillos o las clases ya no son los únicos espacios de información, tampoco los noticieros y su amarillismo, pues contamos con colectivos feministas, con organizaciones sociales, con abogadas, médicas, periodistas, amigas y conocidas que hablan libremente con información veraz y científica. Le diría que, por cada persona que la señaló diciéndole que era muy inmadura para hablar todavía de esos temas, hoy he escuchado a jóvenes desde los 11 años defendiendo ese derecho y eso resignifica cualquier sensación de soledad que haya tenido en ese momento.
Esta no es una columna de análisis, difícilmente estoy diciendo algo nuevo. Esta es una oportunidad para hablar con mi yo de antes porque estos días la he pensando mucho. Esta es una oportunidad para decirle a Adriana que no era infantil por expresar en alguna cena familiar que no sabía si quería ser madre, que no era una irreverente por decir que nadie más debe mandar sobre nuestros cuerpos, que no era un insulto contra su expareja decir que optaría por un aborto si quedaba embarazada durante esa relación. Esta es una carta abierta a las muchas que como yo en ese entonces, todavía no tenían mayores claridades pero sí una puntada en el pecho que les decía que siguieran defendiendo su voz, su cuerpo y su vida a pesar de los señalamientos. Adriana querida, el aborto libre será ley, y ese día nos vamos a reencontrar para decir que lo logramos.