Querido papá: hoy, cuando me siento al frente del computador a escribirle estas líneas, es sábado 8 de agosto. Hace 23 años, un viernes 8, madrugaron los asesinos del Eln a acabar con su vida de la manera más salvaje. Y nuevamente, como sucede desde hace 23 años en forma sagrada, comienzo a recordar tantas cosas alegres de su vida y a sentir la profunda tristeza de una muerte injusta que nunca debió suceder. Cada año que pasa comprendo más el dolor de millones de víctimas en este país.
La vida jamás vuelve a ser la misma después que de manera irracional nos arrebatan a un padre, una madre o un hijo. En mi caso, nunca dejo de imaginar la felicidad con sus nietos, cuánto podrían aprender del abuelo, de sus viajes, de su voracidad como lector, de su cucuteñismo, de sus historias. Y pienso diariamente en la vejez que le robaron, rodeada del amor de su familia y el afecto y respeto de miles de amigos en la ciudad que usted adoró.
Este último año ha sido bien extraño. Se nos fue entre la lucha por defender un acuerdo de paz que aún los insensatos se empeñan en destruir y la llegada de un extraño virus desde la China. La COVID-19 se convirtió rápidamente en una pandemia que hoy amenaza la estabilidad global y que en Colombia produce hasta ahora más de 11.000 muertes y la mayor crisis social del último siglo. La vida nos cambió a todos de un momento a otro. En Bogotá en estos días llegamos al pico del contagio, con un temor generalizado en la gente, clínicas y hospitales al tope y la incertidumbre absoluta sobre el momento en que terminará esta pesadilla. Las relaciones cambiaron y ya nadie se saluda de mano, mucho menos de beso, andamos con tapabocas quirúrgicos todo el tiempo y el gel antibacterial hace parte de nuestra rutina diaria. Los médicos, sus colegas de la profesión que tanto amó, hoy son admirados y queridos por los colombianos.
El gobierno de Duque lo hizo bien al comienzo de la pandemia al adoptar la decisión del aislamiento general de manera drástica y oportuna. Sin embargo, en los meses siguientes la descoordinación entre gobierno nacional y los regionales es evidente, la ineficacia en la ejecución del gasto para atender la salud y el ingreso de la gente es muy dañina y hoy tenemos el mayor desempleo en América Latina y la amenaza de una crisis social que se llevará por delante los avances de esta sociedad contra la exclusión y la pobreza de los últimos 20 años. A pesar de esta situación, los sectores radicales del gobierno y del Centro Democrático insisten en su propósito de hacer trizas La Paz, generando una gran desconfianza en la población de las regiones afectadas por la guerra. No logran hacer trizas La Paz pero sí engavetaron los acuerdos y crecen los asesinatos de líderes sociales y excombatientes, sin que el gobierno haga nada por detenerlos. El clima político empeorará ante la decisión de la Corte Suprema de Justicia de
avanzar en un proceso judicial contra Uribe y la furibunda reacción de sus copartidarios al desconocer totalmente la autonomía de la rama judicial.
En el plano político se cumplen dos años del Gobierno Nacional y comienzan a agitarse las candidaturas presidenciales. En mi caso, ya por fuera de su partido del alma que agoniza penosamente en manos de Gaviria, trabajamos con entusiasmo en la consolidación de En Marcha y creemos firmemente en la necesidad de una amplia coalición de oposición de centro izquierda al gobierno de Duque, sin vetos ni exclusiones. Una opción ciudadana alejada de los extremos radicales y de los partidos tradicionales.
Su recuerdo me llena de nostalgia y su ausencia de impotencia. No dejo de pensar en la vida que tendríamos hoy si ese 8 de agosto de hace 23 años los sicarios hubieran fallado en su criminal intento. Su memoria me acompaña en forma inseparable en cada acto de mi vida, en cada decisión, en mi obsesión por la reconciliación nacional y el reconocimiento a las víctimas de esta guerra. Seguiré apostando con el alma a la paz de una nación que no logra superar el odio y la venganza. En esa lucha persistiré desde donde me encuentre hasta el final de mis días, porque estoy convencido que es el mejor homenaje a su vida. Por Daniela que hoy nos acompaña, por Juan Nicolás, por sus nietos. Ellos merecen vivir en un país distinto al que nos tocó. No tienen que sufrir igual que nosotros. Me resisto a aceptarlo. Es posible hacerlo. Hasta el próximo año querido papá.