Camilo José se gradúa en su MBA en Harvard, con el mérito de haber edificado por sí mismo un sueño, después de formarse con juicio en el colegio Calasanz de Cúcuta, en la Universidad de Los Andes, becado, y trabajar por años en el exterior en J.P. Morgan para conseguir la financiación de su especialidad.
¿Qué puedo hacer, sino dar gracias a Dios y a mi patrono San José? El destino me concedió admirar su disciplina en todo, el amor por las labores, a las cuales su mamá Marta Lucía lo acompañaba con inmenso cariño, la excelente relación con Juan David y María Angélica, la bondad que se sembró en su corazón, el servicio a los demás y su evolución azul en esta época incierta.
Mientras tanto yo, lo único que hacía era sentarme a leer de madrugada en el balcón, levantarlos a todos temprano, ofrecerles café y algo de música, llevarlos y traerlos del colegio y pasearlos muy despacio en mi Renault-4.
Camilo José tuvo la paciencia de acompañarme muchas veces y soportar resignadamente viejos boleros: juntos vimos hacer grandes obras, desde nuestra complacencia de ir observando la ciudad crecer en el progreso.
Ahora, debe colorearse de arco iris y volar, con alas de pájaro migratorio, surcar un escenario de sol y sombra, perseguir nuevas ilusiones y dejarnos presenciar las decisiones acertadas que tome en su camino.
(De manera que puedo decir que me tocó fácil y, ahora, recojo –gratis– las bendiciones que mis propios hijos han generado, desde un corazón sencillo y pleno, porque son buenas personas, que era lo único que me interesaba: todo ha sido de ñapa, ¡sin saber por qué!).