La conciencia mundial lleva o debería llevar a cuestas colectivamente dos cargos de conciencia por la crisis humanitarias que día a día se desarrolla en el Mediterráneo y en el río Grande, en la frontera de Estados Unidos con América Central.
En ambos casos se trata de poblaciones que huyen de la pobreza, de la falta de empleo y de oportunidades, enfrentados a una situación dramática de no futuro, que les hace correr todo tipo de riesgos y de sufrimientos, luego de ser engañados por verdaderos mercaderes de la muerte que les ofrecen un paso seguro a su sueño de futuro a cambio de sus pocos ahorros, para abandonarlos luego a su suerte en el cruce del Mediterráneo o del río Grande, el muro de la infamia y finalmente el traicionero desierto norteamericano.
Son las mismas gentes que en el boom económico de los sesentas y setentas fueron acogidos con los brazos abiertos en Europa Occidental y en Estados Unidos, pues los necesitaban, para años después empezar a verlos como un verdadero estorbo y crecientemente como una amenaza a medida que la xenofobia populista crecía y que se deterioraban las condiciones económicas de esos países. Pero esos ?condenados de la tierra? ya habían conocido la riqueza y las posibilidades existentes en los países que habían sido sus amos coloniales; riqueza y posibilidades que en buena medida eran producto de las riquezas especialmente naturales y del trabajo nativo, de los cuales se habían apoderado los países centrales. La migración de los pobres a los polos de riqueza puede leerse como el reclamo silencioso pero masivo que hacen de la parte de la torta que ayudaron a construir y de cuyo reparto habían sido excluidos.
No se trata de una situación que pueda resolverse con los paños de agua tibia de los programas y acciones humanitarias que atienden o moderan los efectos de la actual crisis humanitaria sin poder remediar sus causas que son fundamentalmente económicas, fruto de un modelo de desarrollo que concentró la riqueza en los países centrales a la par que la pobreza, la violencia y el no futuro se consolidaban en los países periféricos.
Ángela Merkel con el respaldo de Emmanuel Macron en Europa y López Obrador en México, han apuntado en la misma dirección para resolver el problema y no simplemente paliar sus efectos. Plantean la necesidad y la urgencia de una acción concertada de los países centrales para definir, financiar y acompañar una estrategia de desarrollo para los países expulsores de su población, que les ofrezcan el empleo, los ingresos y las posibilidades que ahora buscan en los países centrales, única manera de desactivar el motor de la migración y de mucha de la violencia que se vive en la mayoría de los países de la periferia. Hasta ahora los tres predican en el vacío, ante la indiferencia ciudadana y de muchos gobiernos que claman contra la llegada a su tierra de forasteros vistos como indeseables y amenazantes, sin comprender o aceptar la realidad de fondo del doloroso proceso con cuya solución estarían llamados a comprometerse; mientras tanto avanza incontenible la crisis humanitaria.