(A la memoria de Pedro Cuadro Herrera)
Negro querido:
¡Cómo pasan los años! Parece que fue ayer, y sin embargo, ya cumpliste seis años de haberte marchado así, de una, de repente. Seis años y no entiendo qué pasó ese día, infausto lunes 6 de julio, qué cataclismo sucedió en el universo o qué tsunami -para usar tu lenguaje de olas- te envolvió y te arrastró y te metió en su irreversible remolino.
Te nos escapaste y desde entonces sólo nos queda tu recuerdo anclado en tus poemas, en tus fotografías, en tus carcajadas blancas y anchas, en tu manera de ser, en tu mirada fresca y en tus manos repletas de cariño.
Todo fue tan veloz y tan intenso, que nos negábamos a creer la noticia que nos llegó a tus amigos, cruda, hiriente como un cuchillo: El amigo, el poeta, el compañero se nos había ido para siempre.
Te conocí una noche cuando se estaba creando la Asociación de Escritores de Norte de Santander, por allá a comienzos de la década de los noventa del siglo pasado. “¿Quién es ese negrito dicharachero, hablador, mamador de gallo y que parece buena gente?”, le pregunté a quien estaba a mi lado.
-Es Pedro Cuadro Herrera, un cartagenero que cambió las olas del mar por las brisas del Pamplonita. Es poeta, educador y habla varios idiomas. Y juega béisbol –añadió sonriente mi vecino de silla.
Después de la reunión ofrecieron un vino, y como pude, haciéndome el machete, me fui acercando hasta donde estabas. Te saludé con aparente frialdad, pero me dejaste boquiabierto, cuando me diste un apretón de manos fuerte y un saludo afectuoso como si fuéramos viejos conocidos.
-¿Tú eres el que escribe los Monólogos de La Opinión? –me fuiste diciendo, mientras me invitabas a otro vino de los que alguien andaba repartiendo. En esa época, Mary Stáper dirigía una pequeña revista en este periódico, que se llamaba Fin de Semana, aunque salía los jueves, y yo escribía un Monólogo jocoso.
Así entablamos tú y yo una amistad duradera, que aún hoy permanece, aunque no en físico. Porque –he de decírtelo de una vez- a veces te siento tan cerca que vuelvo a sentir tu apretón de manos y escucho tus versos que calaban hondo y siguen calando. Fue una amistad de poesía, de tertulias, de confidencias, de proyectos.
Cuando conociste mi libro de poemas “Esta ciudad de calles largas como tus piernas”, ganador de algún concurso de poesía, vi tu alegría como si el libro fuera tuyo, y yo me puse orondo, y cuando me pediste que te dejara prologarlo, me sentí honrado y orgulloso. Ahora pienso –modestia aparte- que ese prólogo fue un valor agregado a mis versos porque algunos no me preguntaban por mi libro, sino por el libro que me había prologado Pedro Cuadro.
Pero cuéntame, Negro: “¿Es cierto que en el más allá existe un cielo para los poetas, y que las tertulias son con vino de consagrar y que las que lo sirven son las Once mil Vírgenes? Me imagino tu felicidad escuchando música de la buena, de la vieja, de la que nos ponías cuando íbamos a tu casa: Son cubano, los Panchos, Gardel, Escalona y bambucos de los que aprendiste a escuchar en Tunja junto a tu Marlene del alma, que te acompañó toda la vida.
¿Extrañas a Cúcuta, Negro? ¿Nos extrañas? ¿Cómo has sobrevivido sin Carolina y César, tus hijos?
Pedro, cuando me toque acompañarte, quiero asistir contigo a las tertulias celestiales. Quiero escuchar, de cerca, tus poemas.
Mientras tanto, un abrazo, Negro.
gusgomar@hotmail.com