En agosto del año pasado supe del caso de Lizeth León, reconocida dibujante y artista, con nada más y nada menos que treinta y siete mil novecientos seguidores en Twitter.
Ella creó un proyecto llamado ‘Fachadas bogotanas”, y lo financió mediante crowfunding. Sin embargo, tuvo muchos problemas con el desembolso de su dinero por parte de un reconocido banco del país, debido a supuestas amenazas de lavado de activos.
Lo anterior no sólo le sucedió a ella, también le pasó a un músico colombiano y esto sucede por la sencilla razón de que Colombia no está preparada para esta clase de innovaciones tecnológicas ligadas a la inversión.
Crowfunding traduce literalmente micromecenazgo, pero esta palabra no dice nada ante los ojos de muchos.
Lo que realmente significa crowfunding es financiamiento colectivo o masivo que se desenvuelve como un fenómeno de desintermediación financiera por el cual se ponen en contacto promotores que necesitan proyectos y personas que necesitan dinero para los suyos.
Este modelo de negocio ya es famoso alrededor del mundo y está revolucionando la forma de impulsar proyectos y ganar dinero en el mundo.
Forbes lo califica como vital en las industrias actuales, Amazon ha lanzado productos no tradicionales a través de diversas plataformas de este estilo, y The New York Times y The Wall Street Journal exaltan los millonarios éxitos de los productos hechos a través de esta modalidad.
Y no conforme con esto, Bloomberg reconoce los beneficios sociales globales que trae para los países.
Al tiempo que los grandes medios reconocen la importancia del crowfunding, el sistema financiero colombiano obstaculiza estos procesos, dificultando la innovación.
Jacqueline Suriano, estudiante de bajos recursos del Instituto Tecnológico de Illinois logró entrar a los cursos semestrales que necesitaba gracias al crowfunding, Chris Harris, corredor de autos y ahora imagen de Toyota, pasó por etapas de financiación alternativa, al igual que la dibujante Lizeth León, son algunos de los ejemplos de que las plataformas crowfunding favorecen la economía.
Primero, porque permiten que haya mayor oferta de caminos para conseguir financiación, segundo, porque son menos rígidas a la hora de elegir los candidatos; tercero, valen menos debido a que cancelan la cantidad de intermediarios clásicos en las entidades financieras, y por último, son veloces en sus trámites debido a la desburocratización que las caracteriza y al uso de tecnologías competitivas.
La ley 1341 de 2009 dice que “las tecnologías de la información y las comunicaciones deben servir al interés general y es deber del Estado promover su acceso eficiente y en igualdad de oportunidades, a todos los habitantes del territorio nacional”, pero esto no es cierto, tanto porque los avances en tecnología los aprovechan los actores tradicionales, como porque la estructura financiera no permite tantos avances e innovaciones como se necesitan. Sobre esto tenemos ejemplos como Uber y PayPal –empresa que ganó 1124 millones de dólares el año pasado, triplicando la cifra de 2014–, los cuales dejan ver la falta de espacios que hay para la competencia con tecnología.
El Estado colombiano no se ha dado cuenta de que el crecimiento de muchas empresas se debe gracias al universo móvil, por lo que incluir a las tecnologías de la información y la comunicación no se ha visto como prioridad del gobierno nacional. Esto sólo se traduce en problemas e inconvenientes para quienes desean innovar, y deja ver que el discurso de la supremacía de las TIC y la desburocratización para crear empresa no son reales.
Además, es importante eliminar las trabas que se le ponen a las personas en cuanto a innovación de negocios se trata, porque no sólo se ven afectados los consumidores y promotores, sino todos los colombianos al ver cómo se desperdician oportunidades de crear y comprar productos e ideas colombianas.
Me interesa todo esto porque me interesa mi país. Viendo cómo está la economía actualmente sin los resguardos del petróleo, hay que hacer de las dificultades oportunidades y hay que luchar por eliminar las deficiencias que haya en materia de infraestructura económica. Si los potenciales inversionistas ven que Colombia no tiene (ni quiere tener) la infraestructura y capacidad financiera para transar con dineros que provienen de medios no tradicionales, lo cual es algo básico dentro de las negociaciones y pactos comerciales; podrían concluir que hacer negocios con el país no es conveniente ni interesante. Lo cierto es que en este momento ningún país puede darse el lujo de rechazar oportunidades comerciales, y menos por un tema tan vergonzoso como la “ignorancia administrativa”.