Desde que asumió el gobierno el presidente Duque, se hizo evidente un giro en la política exterior colombiana.
Durante los 8 años del mandato Santos, Colombia consolidó su liderazgo en Latinoamérica, fortaleció la integración en en la región, impulsó la creación de la Alianza del Pacifico y la diplomacia para La Paz brindó grandes posibilidades y abrió puertas importantes.
El comercio y la inversión, la defensa del medio ambiente y la cooperación en seguridad, estuvieron en la agenda integracionista del país.
Todo ello se logró sin debilitar la relación bilateral con Estados Unidos que se diversificó de manera importante.
En el último año lamentablemente se retrocedió en estas materias y Colombia limitó nuevamente su política exterior al vecino del norte, perdiendo los espacios alcanzados en la última década.
Mientras asumimos esa política, los países vecinos sin excepción atraviesan serias dificultades internas que inevitablemente nos afectan, especialmente en las fronteras, y generan además un clima de incertidumbre e inestabilidad que preocupa.
La confrontación extrema y el tránsito al autoritarismo en Brasil; la imposibilidad de encontrar una salida pacífica y democrática en Venezuela; el choque de poderes y el caos institucional en Perú y las impresionantes movilizaciones populares que tienen en jaque al gobierno ecuatoriano, constituyen un serio riesgo para la estabilidad de toda la region, incluyendo a Colombia.
Y si al alineamiento total con los intereses de Estados Unidos en la region, añadimos primiparadas como la excesiva ideologización de la política exterior que llevó al Presidente a viajar a Argentina a hacer campaña por Macri o a justificar en Naciones Unidas las barbaridades de Bolsonaro en su discurso ante la asamblea general, estamos entonces en una situación precaria en el continente, que no permite a Colombia ejercer ninguna clase de liderazgo en las soluciones a los diferentes problemas que se atraviesan.
Es absurdo además que el poco liderazgo que se mantiene en la región se gaste en una inútil y torpe política frente a Venezuela, que hasta el momento no muestra resultados.
Cuando podríamos convertirnos en factor de solución a la crisis venezolana, pasamos a ser parte del problema y ante esa actitud se desvaneció el protagonismo del grupo de Lima en la búsqueda de un tránsito pacifico a la democracia, que necesariamente debe implicar el fin de la dictadura.
De esta manera, Colombia que es la primera y principal víctima de la tragedia venezolana, ya no tiene capacidad en los escenarios internacionales para impulsar y liderar una solución definitiva al drama que se vive al otro lado de la frontera.
Preocupa entonces ahora que la de Venezuela no es la única situación difícil en el vecindario. Las movilizaciones en Ecuador ponen a tambalear la democracia y afectan su economía y la inestabilidad institucional de Perú,socio importante para Colombia, terminará por impactar negativamente una economía sólida y por ende el comercio y la inversión bilateral. Poco pragmatismo, improvisación y excesiva ideologización de la política exterior nos conducen entonces a un papel secundario en Latinoamérica en donde hace un par de años teníamos un liderazgo importante.
Y a este incendio en el vecindario hay que estar muy atentos para que las llamas no se extiendan hasta nuestras fronteras. El descontento social, las movilizaciones populares, las fallas protuberantes de nuestras democracias y los escándalos de corrupción generalizados, son problemas comunes y no estamos vacunados contra ellos. Por ello, se requiere que desde el propio gobierno y su partido bajen los decibeles de la confrontación política y de una polarización que hace enorme daño. La agresividad del lenguaje de algunos altos funcionarios y de dirigentes del Centro Democrático, el llamado a las calles para desafiar y presionar la justicia, los referendos en contra de las cortes con un discurso violento, la persecución a medios y periodistas independientes, profundizan la sensación de crisis y la pérdida de legitimidad de las institucionales, generando un evidente pesimismo en la población.
Lo que resulta diferente, curioso y paradójico en el caso colombiano, es que esa sensación se genera en gran parte por las actitudes y el discurso incendiario del propio partido de gobierno. Ojalá después del 27 de octubre los ánimos se serenen y podamos tramitar de manera tranquila, democrática y pacífica las profundas diferencias que se tienen frente al modelo de país que queremos unos y otros.