Se pueden tener diferencias con el expresidente Juan Manuel Santos respecto a su interpretación de algunos problemas colombianos, pero no se podrá desconocer que su acuerdo de paz con las Farc tiene un alcance histórico. No fue solamente la desmovilización de diez mil combatientes y la entrega de armas, sino también la aprobación de la construcción de una nueva institucionalidad con la depuración de las prácticas políticas, la reparación a las víctimas, el desmonte de las fuentes del narcotráfico, la restitución de tierras, el saneamiento de las secuelas del conflicto y como soporte de todo ese proceso, el fortalecimiento de la democracia. En ese entramado entra el compromiso de dar testimonio veraz de hechos desatinados de guerra, entre los cuales están, el secuestro, el reclutamiento de menores, el homicidio con alevosía y otros delitos semejantes.
El acuerdo de paz con las Farc trajo sosiego para regiones que estaban copadas por el conflicto. Lamentablemente, por ausencia del Estado algunos lugares abandonados por las milicias de las Farc los ocuparon otros grupos armados. Y así se frustró el ideal de ponerle punto final en forma más amplia a una guerra crónica que sobrepasa el medio siglo.
Pero se requiere seguir insistiendo en la paz. Colombia la necesita. Es una prioridad encontrarle salida negociada a ese remolino de violencias que sacude a la nación. La muerte diaria de desmovilizados de las Farc y de líderes sociales, la recurrencia de las masacres, las amenazas sucesivas es el derrumbamiento del Estado social de derecho y el caldo de cultivo de las atrocidades que ya se han consumado a través de escaladas en que son actores, guerrilleros, paramilitares, sicarios del narcotráfico, bandas criminales adiestradas para ofensivas selectivas.
Las revelaciones sobre atrocidades del conflicto armado tienen que motivar el rechazo a las prácticas de violencia que se extreman hasta la aberración. Un capítulo desgarrador fue la violencia de finales de los años 40 del siglo XX, al cual siguió la insurrección de las guerrillas. Aparecieron también los paramilitares y otras organizaciones emparentadas con sus prácticas criminales.
El conflicto armado ha enseñado que las confrontaciones a sangre y fuego no ahorran crueldad. Lo confirman los falsos positivos, que fue la operación para el exterminio de más de 6.000 colombianos indefensos e inocentes. El mismo conflicto le ha dejado al país una comunidad de más de 10 millones de víctimas. Son los muertos y sus dolientes, los secuestrados, los desplazados, los desaparecidos, los despojados de sus tierras, los agredidos en cualquier forma.
Con la decisión de no repetición de las atrocidades hay que ponerle fin a la guerra.
Puntada
Cuando Colombia reclama soberanía está obligada a respetar la autodeterminación de otras naciones. No le lucen actos de intervención en patio ajeno.