Los colombianos estamos curados de espantos. Pocas cosas nos asombran y a lo único que le tenemos miedo es al aumento de los impuestos, que le caerán a todo lo que hace la vida agradable, como el traguito, el cigarrillo y demás vicios, que ahora solo quedaron al alcance de los parlamentarios, los banqueros y los ricachones de todos los pelajes. Ya no podremos visitar el famoso restaurante de doña Elvira, donde se pueden degustar los platillos que tanto gustaban a mi desaparecido amigo, Roberto Posada, uno de los más famosos comelones de esta caótica ciudad.
Así como lo único a lo que le tenemos miedo es al estatuto tributario, aprobado a las carreras en el Congreso, no deja de asombrarnos el asesinato de una humilde niña indígena, que había emigrado a Bogotá en busca de mejores oportunidades, y pereció a manos de arquitecto javeriano, protagonista de historia digna de ser llevada al cine, y quien cayó en las garras de un delito que lo llevará a la cárcel por espacio de cincuenta años. Toda una vida. Que le servirá para reflexionar y arrepentirse.
¿Qué pasó por la mente del asesino, quien entró a ocupar dolorosa página en la historia del crimen? Nadie puede explicar el interior de la cabeza de un profesional, que se libró de ser linchado por una multitud enardecida, que no podía perdonar un asesinato que no tiene explicación, porque qué pecado puede haber cometido una niña de siete años para ser asfixiada por un profesional que deberá ser aislado de los demás presos pues correrá el peligro de morir a manos de sus nuevos compañeros de la cárcel, que odian a los infanticidas. Y que ni siquiera mereció ‘’el honor’’ de ser recibido en la cárcel Modelo, donde le tenían preparada una muestra de la justicia carcelaria.
El criminal de estrato seis viene a sumar su nombre al de bandidos de todos los pelajes, que han dejado su sangrienta huella en la historia criminal de la que hacen parte funestos personajes como el cóndor Lozano; el sádico de Monserrate; Luis Alfredo Garavito, el asesino de cerca de 200 niños en varias ciudades, Pablo Escobar, quien ordenó el asesinato de centenares, el asesino del restaurante Pozzetto, quien dio muerte a cerca de 40 personas en un arrebato de locura; Nepomuceno Matallana, un abogado que mataba a sus clientes. En fin, toda una larga lista de la que hacen parte principal las 300 mil víctimas de la llamada ‘’violencia’’, un fenómeno que produjo el enfrentamiento partidista en la década del 50; e incluye las víctimas de los llamados ‘’pájaros’’, En fin, un inventario, que comprende a tres candidatos presidenciales y el más grande caudillo de estas tierras, con cuya muerte se inició la horrible noche que solo ahora se acabará si no se atraviesan los autores de la política del NO, que prefieren la guerra a la paz.
Finalmente, no hay explicación para la conducta de un joven, que asesina a una niña indefensa, quien se preparaba para iniciar una vida llena de futuro en Bogotá, que le abrió sus brazos a ella y a su familia, como ha ocurrido a los diez millones de personas que se han refugiado en esta generosa capital. La droga y el alcohol no son disculpas. Hay algo más en el horrible crimen, que ahora incluyó a un celador. Esperen y verán. GPT