Se está abriendo la baraja de candidatos a la alcaldía de Cúcuta, y la gran sorpresa es que no hay sorpresas. Ex alcaldes que quieren repetir, cuyo mayor logro es que no estén presos, concejales de empresas electorales queriendo seguir en más de lo mismo, ex funcionarios de alcaldía, copartícipes de las malas gestiones, algunos empresarios, y otros personajes poco conocidos. Y ese es el primer punto que quisiera mencionar: ¿qué tanto los reconoce la ciudadanía? Si son poco reconocidos, como me temo, los votos buscados serán de maquinaria, lo cual garantiza que seguiremos en las mismas.
El segundo punto que entro a considerar es que lo que hemos sabido de algunos debates es que son las mismas propuestas de siempre, apoyadas todas en ir al gobierno nacional a “pedir ayuda”. Ya oímos el famoso descuento del IVA, que alguno de los candidatos dijo atraería compradores por lo “barato”. Llegar a Cúcuta por tierra desde Pamplona ya es bravo. De más allá, una odisea. Y llegar en avión, con el costo de los pasajes, es mejor ir a Miami. Otro dijo que utilizar más gasto público, sin aclarar si en burocracia, inversión o alguna otra idea. Hay otros que, atrayendo inversión, a pesar de tener los costos más caros de servicios públicos, y el valor de flete más desestimulante que se pueda imaginar. Todos tienen “ideas”, pero ninguno un programa coherente de gobierno.
Y hay algunos políticos con ideotas como hacer de Atalaya un municipio; los políticos sueñan con poseer cada uno un municipio que pueda manejar a su antojo. En una época que llama a la integración urbana, ellos proponen atomizar más las unidades administrativas.
Como siempre el voto minoritario, el de opinión, tratará de votar por el menos malo, y el mayoritario, el de maquinaria, por el que más pague. Y entraremos en cuatro años más de visitas del alto gobierno, planes para aliviar la situación social, e investigaciones por corrupción. Y Cúcuta perderá cuatro años más, que nunca podrá recuperar.
No me gusta ser cínico, pero la realidad lo amerita. El 27 de julio vence el plazo para inscripción de candidatos, y solo un milagro lograría que para ese momento surja una figura que realmente permita ser moderadamente optimista. Entre los bien intencionados y los pésimamente intencionados, entre populistas y mamertos, la ciudad asiste otra vez a unas elecciones donde tiene todo que perder. Es un buen momento para buscar unidad social a través de un verdadero proyecto de ciudad, apartado de políticos en trance de elección. Es hora de buscar un modelo de ciudad que atraiga a una población, en muchos casos condenada a vivir de la informalidad o la ilegalidad de una frontera capturada por todo tipo de carteles del crimen organizado.
Cúcuta tuvo un pasado grande con la llamada generación del centenario a finales del siglo XIX, cuando de las ruinas del terremoto logró construir una ciudad que en su momento fue de las más importantes del país. Después caímos en la bonanza cambiaria de una Venezuela saudita y las garras de un modelo estatizador surgido de la mala aplicación de las teorías keynesianas, que dio a los políticos patente de corso, para en nombre de proteger a los pobres, privatizar el estado, y llegamos a compartir gran parte de los males de la Venezuela inaudita de hoy, y a soportar la desidia de los políticos que sólo ven en Cúcuta una región marginal del país.
Cada crisis es una oportunidad, cuando ésta se está buscando; si no, sólo es una crisis que se hace crónica. La generación del centenario estuvo conformada por muchos europeos que tenían una visión del trabajo privado como único mecanismo para vencer la pobreza. ¿Seremos los actuales cucuteños inferiores a eso, o es que la tara estatal nos incapacitó para reaccionar?