A la hora en que usted, hoy, esté leyendo esta columna, a esa misma hora, dentro de cuatro meses, estará en los preparativos para darle la bienvenida a un nuevo año. Estará, seguramente, comprando el pollo relleno para la cena de la media noche, o el traguito para la celebración, o los trapos para estrenar.
De hoy en cuatro meses, a esta hora, usted tendrá una sonrisa larga que le atraviesa el rostro, porque tiene fe de que el 2022 será un año mejor, y con esa fe de carbonero bien valen la pena la alegría y la celebración.
Seguramente esté haciendo el balance de lo que fueron esos últimos 365 días, mirando lo que hizo y lo que no hizo y haciendo nuevas promesas. Y no faltará el que esté haciendo el muñeco de añoviejo con voladores y triquitraques y recámaras por dentro, para meterle candela a la media noche.
El tiempo vuela. ¿Qué hace que comenzó este año, y ya estamos a un pasito de que terminen?
Sin pena y sin gloria hoy se nos va agosto. Un mes triste, porque se nos sigue muriendo gente, se nos siguen yendo amigos, por culpa de ese virus murcielagoso, al que no podemos derrotar ni con tapabocas, ni con alcohol de manos, ni con vacunas.
Hago la aclaración de “alcohol de manos”, porque del otro, del bueno, del que lo pone a uno alegrón, de ese todavía no hemos hecho la prueba para saber si es efectivo contra el virus. Y aquí surge una pregunta: Y si emborrachamos al virus, ¿qué puede pasar? ¿Será que lo emborrachamos, le hacemos gavilla, le damos una muenda y lo dejamos inservible?
Hoy termina agosto. Y dolorosamente este año no tuvo cometas en el firmamento. Y eso duele. Eso extraña. Porque la característica especial de agosto eran los vientos y la cantidad de cometas, de toda clase, tamaño y condición, que se veían por las tardes, especialmente los domingos, navegando suavecito por los mares azules del cielo cucuteño, o cabeceando contra la brisa o cayendo en picada para volverse a levantar airosa y colorida.
El espectáculo era vistoso. Cometas de diferentes colores, moviendo sus colas como mujeres en los parques concurridos. Creídas, petulantes, bailarinas, coquetas, orgullosas, mirando a los mortales desde las alturas. Algunas, más atrevidas y desafiantes, rompían la cuerda y se alejaban, perdiéndose más allá de las nubes.
Pero ya no hay cometas. Dicen que por la pandemia, las gentes se alejaron de los parques y los tumultos y las lomas. Falso. La verdad es que las cometas como los trompos y los caballitos de palo ya entraron en decadencia. Ahora son juegos electrónicos, en el computador o en el celular, los que mandan la parada. El modernismo se tiró en todo: en el romanticismo, en la ternura, en las cosas de ayer, en las costumbres. Ya no se escriben cartas de amor: Ahora se mandan emoticones. Ya no se dice Te quiero: Ahora se envían chistes vulgares. Ya no se dice Mi amor: ahora se le dicen groserías. Ya no se iza la bandera en las fiestas patrias: Ahora se derriban estatuas. Ya no se respeta la autoridad: Ahora se queman policías.
Se va hoy agosto y mañana comenzamos septiembre, que promete cosas buenas: La fiesta del Libro en Cúcuta, el día del Amor y la Amistad, la fiesta de mi patrona en el cielo (en la tierra tengo otra), la virgen de Las Mercedes, y el primer año de Lucca, mi nieto. Como ven, hay buenos motivos para celebrar. ¡Bienvenido, Septiembre!