Algo paradójico en el doctor Pablo Emilio Ramírez Calderón, tan liberal pero sin ser cerrado, era su respeto sincero y no de mentirillas por las ideas ajenas y las dignidades. Por ejemplo, a los sacerdotes y obispos los trataba como “su reverencia” y “su excelencia” o “monseñor”, y a todos los profesionales universitarios les daba el título de doctor, y no por hipocresía sino porque tenía una gran cultura. Quizá esto de sus usos y costumbres caballerescas era uno de sus aspectos conservadores.
En la Academia de Historia de Norte de Santander subsiste la división entre santanderistas y bolivarianos. Él – acorde con su liberalismo – militaba fervorosamente en la fila de los primeros.
La izquierda rabiosa y buena parte de la población colombiana atacan la Ley 100 de 1993 o Régimen de la Seguridad Social – creadora de las EPS -, cuyo autor fue el exministro de Trabajo y de Defensa en los gobiernos de Barco y Gaviria, Luis Fernando Ramírez. Pues bien: aquí el galeno Pablo Emilio Ramírez – ¡asómbrense! – defendía no solo la ley sino al expresidente Uribe, que fue el ponente. De hecho, Pablo Emilio se confesaba uribista ferviente. “Nunca el colombiano había estado tan protegido en su salud como con la creación de la Ley 100. Es de los mejores sistemas de salud del mundo”, afirmaba Ramírez con contundencia. Su explicación desde el punto de vista médico, económico y social, tan seria y profunda, convencía al más crítico. ¡Lástima que los que hablan por hablar, y repiten las cartillas que les dan los enemigos del doctor Uribe, no lo hubieran oído!
En cuanto a la religión, resultaba curioso su ateísmo, contrastado con una práctica de la caridad y de la humanidad digna del mejor de los cristianos. Con su franqueza directa increpaba a quien nombrara a Dios: “¿Usted todavía cree en esas pendejadas?”, le decía al interlocutor. Y agregaba: “Yo si no perdí tiempo en el colegio Gremios Unidos con esa materia”. Sin embargo, no faltaba quien lo hiciera azorar cuando alguna ahijada o un hijo le pedía la bendición: “Dios lo bendiga!”, contestaba de inmediato. Don José Toloza – el secretario perpetuo de la Academia - era uno de los que le hacía bromas: afirmaba don José – de pronto exagerando - que el doctor Pablo Emilio miraba para todos lados para comprobar que nadie lo hubiera escuchado.
El día de su sepelio – el 30 de enero de 2019 – un día después de su muerte ocurrida en la madrugada del 29, la mitad de la primera página del diario La Opinión se llenó con los avisos que daban cuenta de su fallecimiento y del lugar y hora de sus honras fúnebres, en la iglesia Nuestra Señora del Carmen o de los Padres Carmelitas. Sé que Pablo Emilio rechazaba esa publicidad. Porque otra paradoja de su personalidad consistía en la modestia y la sencillez, a pesar de su notable estatus socioeconómico.
Además de que fuera virtualmente el médico de nuestra familia, en quien confiábamos por su ciencia y certeza, personalmente recibí otras muchas pruebas de su amistad. Todo ello ha construido mi caudal de aprecio y gratitud, y por ello lacera el alma su partida.
Yo buscaba un título para esta Croniquilla que recogiera el carácter fuerte del personaje y a la vez su lado humano, pero una querida amiga me sacó del lío y me insinuó éste, que refleja la impresión que le causaba: Caballero y dulce. Me pareció que era el título adecuado.
Aunque sostuviera que no creía en Dios, Dios debió sonreír y tomar ello como una de las tantas bromas que gastaba como buen cucuteño, porque fue inmensa la suma de obras buenas que hizo el doctor Pablo Emilio Ramírez Calderón durante sus 91 años de vida.
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