La decisión de Trump de retirar a Estados Unidos del acuerdo de Paris, ha sido tema de discusión en todo el mundo y ha generado manifestaciones tanto al interior de su país, como en el exterior. Pero trataré en esta columna de ver una oportunidad en semejante amenaza, con un poco de optimismo inocente.
Pero antes, hay que poner las bases de la discusión. El cambio climático reflejado en calentamiento global no es un acto de fe, sino un hecho físico. Uno puede no creer en los terremotos, pero eso no evita que, si le toca a uno, se pueda morir. Lo segundo es que el planeta tierra es un sistema orgánico, lo cual quiere decir que tiene unos principios de equilibrio y evolución, que sí se alteran, el planeta entero se afecta y busca un nuevo equilibrio mediante mecanismos que no conocemos del todo. Y ese es el tercer factor, gran parte de lo que hoy sabemos es que nos falta mucho por entender, además, que la ciencia a diferencia de la política no conoce de verdades absolutas, sino que todo está sujeto a discusión, claro, utilizando el método científico. El cuarto elemento, es que todo lo que hacemos impacta la naturaleza; no somos agentes pasivos de ella, sino elementos activos, así muchos se crean que son la especie elegida para “gobernar el planeta”. La naturaleza es capaz de procesar ciertos niveles de impacto ambiental, dentro de tiempos apropiados que la misma naturaleza tiene. El problema es que, sí estos se exceden en cantidad, crean desequilibrio.
El clima planetario depende de muchos factores, por eso es un tema tan complejo, pero para efectos de simplificar lo reduciremos a dos: el sol y la atmosfera. El planeta tierra se hizo habitable cuando el clima se equilibró por la protección de esa capa que llamamos atmosfera y que no todos los planetas tienen. Los rayos del sol al incidir se reflejan en gran parte, y se refracta el resto; la parte que entra, crea un delicado equilibrio que mantiene un clima que permite el desarrollo de hábitats biológicos, incluido el animal de la especie Homo Sapiens. Cuando el equilibrio de carbón en la atmosfera se altera, se crea el efecto invernadero que es una trampa para la salida de los rayos solares entrantes. Es el principio del micro-ondas. Esa concentración la producen las emisiones de los llamados gases de efecto invernadero, siendo los principales el CO2 (dióxido de carbono), producto principalmente de la combustión del carbón y los hidrocarburos, y el metano, producido esencialmente en la tala de bosques o ganadería intensiva. Entre más carne comamos, más calentamiento global. Es el desquite de las vaquitas. Por la combustión de hidrocarburos, los principales contaminadores son el transporte y la generación eléctrica con carbón y líquidos. La ciencia ha llegado a dos números relacionados, como techo, para que el calentamiento global se acelere automáticamente: 400 partes por millón de carbono en la atmosfera y 2° Celsius de aumento de temperatura, desde el inicio de la revolución industrial a finales del siglo XVIII. Hay científicos que son más pesimistas y creen que ya empezó la debacle, y hay otros más optimistas, que creen que esos números son muy ácidos. Y hay interesados en las dos partes que los usan, como hizo Trump.
Naciones Unidas creó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC) y su panel correspondiente, donde ha buscado un consenso para reducir emisiones, pero cada país tiene sus argumentos. Los contaminadores de CO2 actuales como China, solicitan la corresponsabilidad de los países que ya se desarrollaron y dejaron su huella en la atmosfera. Los ambientalistas nórdicos y alemanes de hoy, tienen un pasado que los persigue, como toda Europa Occidental. Los contaminadores de metano, como Brasil, con la gran tala del Amazonas ha planteado su derecho al desarrollo o a cobrar por no hacerlo. El desarrollo hasta hoy es directamente proporcional al consumo de energía y la generación de emisiones, y ahora se quiere desarrollo sin contaminación, que lo hace más difícil para los que llegan tarde al desarrollo, sin incluirnos los países andinos, que vemos de forma mamerta el desarrollo como un demonio. Y Estados Unidos el mayor contaminador histórico, actual, y por Trump, futuro, argumenta que el tema no es científicamente concluyente. La última reunión, en Paris en diciembre de 2015, logró por primera vez que todos los países (a excepción de esperpentos como Corea del Norte y las “potencias” de Nicaragua y Siria) aceptaran hacer su aporte a la reducción de contaminantes, buscando cambiar la tendencia creciente de emisiones de gases de efecto invernadero, lo cual no es ni de lejos la solución, pero al menos muestra alguna coherencia y sensatez en atacar un riesgo global. Aclaro que no es un acuerdo vinculante, es solo un pacto de “caballeros”.
Lo importante ante el anuncio de Trump de no honrar este pacto, fue la reacción en Estados Unidos, país que ya logró separar su desarrollo del consumo de energía y la contaminación, donde los entes estatales y locales, empresas y sociedad civil, han manifestado seguir adelante en la toma de medidas de reducción del cambio climático, a pesar que un gobierno central principesco diga lo contrario. Es una nueva forma de resistencia civil organizada, donde cada acción individual cuenta, sin necesitar de un mesías que los guíe, para enfrentar decisiones estúpidas de gobernantes que apelan a justificadores como la grandeza, la paz o el pueblo, para hacer lo que les da la gana. Si eso lo logran los gringos, matamos dos pájaros de un tiro: controlamos el cambio climático y logramos un fundamental cambio socio-político tan necesario en este mundo desequilibrado. Lo que nos afecta a todos, lo definimos todos.