En pocos días, el 11 de marzo se producirá el traspaso de la presidencia en Chile, cuando el segundo período de 4 años encabezado por el presidente Sebastián Piñera finalice, pues antes gobernó entre el 2010 y el 2014 entregando el mando a Michelle Bachelet, presidenta socialista quién a su vez también asumía por segunda ocasión. Ahora, el mismo Piñera le entregara la banda presidencial a Gabriel Boric, el más joven gobernante de la historia de Chile, quién a sus 36 años asume la responsabilidad de manejar los destinos del país hasta el 2026. Ha sido diputado por dos períodos siendo militante de Convergencia Social, partido también de izquierda cuyos orígenes los encontramos en las protestas estudiantiles de hace una década, en las que además de perseguir gratuidad también buscaban una mayor calidad y modernización de la enseñanza en todos sus niveles.
Ahora que estamos próximos al término de este período, bien vale preguntarse porque el ejercicio del poder genera -como en esta ocasión- distancia con la realidad de la ciudadanía llegando a transformarse en un encapsulamiento. La respuesta sin ser sencilla, la encontramos en la distancia entre la realidad social y cómo la perciben los gobernantes, en este caso de derecha. Cuesta imaginar cómo se puede llegar a producir tal ceguera y sordera, al punto, que muy probablemente de manera bien intencionada cuando se inician de manera masiva las protestas en octubre de 2019 -o sea antes de la pandemia- los gobernantes que son por esencia responsables del orden público, sin la menor duda sorprendidos, dieron muestras de desconcierto actuando con titubeos y autorizando el uso de la fuerza de manera no proporcional a lo que estaba ocurriendo. Incluso, ahora se ha conocido, que el propio presidente culpó de las protestas a terceros países, interesados supuestamente en ocasionar daño y caos en Chile, sin contar con ninguna prueba fehaciente. Ello, de suyo es grave porque puede inducir a otras decisiones equivocadas.
Consciente de la crisis social por la que atraviesa su país, el presidente ecuatoriano Guillermo Lasso, en un acto sencillo pero muy simbólico donó sus primeros seis sueldos como jefe de Estado a una entidad con interés social. Ello -demás está decirlo- no soluciona la grave problemática que tiene el Ecuador en dicho ámbito, pero es una manera de mostrar que está interesado por la situación de los menos favorecidos de su país. ¿Por qué Piñera que cuenta con un descomunal patrimonio de US$ 2800 millones no hizo algo similar? ¿O incluso, porque no fue más allá y creo algún fondo para ir en ayuda de algún grupo focalizado de necesitados con parte de los inmensos recursos personales con lo que cuenta? La pensión de los expresidentes de Chile no es poca cosa. ¿Porque no renuncia a ella? ¿Creerá que se puede desfinanciar su presupuesto familiar? Por supuesto que no, solo que carece de suficiente sensibilidad social, lo cual se explica por la inmensa brecha social existente en Chile y así el estallido ocurrido que tanto llamo la atención de la opinión pública internacional.
Por último, la cruenta y condenable invasión de Ucrania ha ocasionado que suban sustancialmente los precios del petróleo, al igual que el trigo, maíz, avena y otros. Ello incidirá en los costos de los combustibles y de diversos alimentos. Si a ello, le sumamos los efectos negativos de la pandemia, tenemos que el gobierno de Boric, como todos los de Latinoamérica, tienen un futuro a lo menos complejo.