Es probable que el tiempo nos guíe por el camino noble de la vida, a una tierra bonita, sencilla, si nuestros sentimientos permanecen alertas a la espiritualidad, para volverla refugio humilde de la libertad.
Y, ¿cómo advertirlo?, sólo si se siente una reciprocidad milagrosa, como cuando el sol y la luna abren y cierran ciclos de luz o el asombro hace que el pasado fecunde su futuro, añorando el testimonio del presente.
Entonces las flores comienzan a sonreír distinto, a dibujarse en sus propios colores, a enseñar a los sueños a esperar, como una perla en su ostra de nácar, un viento bueno para volar alegres, en alas de pájaros.
Así, uno es capaz de pintar un barco con señales de proa en el corazón e, incluso, echarlo a navegar, de la mano aventurera del azar, confiando en que un faro azul sonreirá al horizonte para enamorarlo de lejanía.
O una labranza para sembrar los surcos de gratitud, de cantos, o mitos, con un semillero ingenuo, para cuando el crepúsculo quiera descansar y se duerma en su nostalgia, a la sombra de un jardín cultivado de esperanza.
La cadenza de un sólo de piano -tempo adagio-, convoca a la orquesta a la majestuosidad de un concierto de instantes, con partituras de mínimos que se vuelven máximos, como en un viraje inmortal a la eternidad.
Yo no sé celebrar deseos cumplidos me ha ido mejor imaginándolos y ,sí, sentirlos adentro del alma, aferrados al paisaje de mi intimidad, como un encuentro hecho sólo de bienvenidas -sin adioses.
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