Ve, Guido:
Por aquellas cosas incomprensibles de la vida, ahora que vos y yo estamos en dimensiones distintas, resultamos parientes, sin que lo hubiéramos sabido ni vos ni yo, cuando nos codeábamos o nos watsábamos o nos telefoneábamos largo rato. Parientes, sin que yo sea Pérez Arévalo; ni tú, Gómez Ardila. Parientes, por obra y gracia de unos primos tuyos que resolvieron, muy generosamente, meterme al combo de la parentela. Me metieron, digo, y ahora me toca hablar de “vos”, como todos ustedes los de la provincia. Trataré de no defraudarte.
Me alegré mucho y acepté irrevocablemente tan inmerecido honor (“los honores no se rechazan”), primero porque durante muchos, muchísimos años, anduvimos vos y yo, juntos compartiendo sueños, escritos, versos, frustraciones, golpes del destino y algunos laureles.
Segundo, porque venimos de raíces muy parecidas, raíces del campo: vos, oloroso a cebolla y estoraque; Yo, untado de arrieros y cafetos.
Tercero, porque tu simpatía, tu altruismo y tu siempre mirar de frente, fueron un ejemplo para quienes anduvimos a tu lado, asimilando tus enseñanzas, pero disfrutando de tu alegría; admirando tu caminar de recias pisadas y tu capacidad de enternecerte ante una orquídea o un azulejo cantor.
Mirá, Guido: Cumpliste ayer dos años de haberte ido, y no hemos podido resignarnos a tu ausencia. Sé por tus primos –nuestros parientes- que en La Playa de Belén tu nombre es recordado con admiración y con cariño. Pueda ser que pronto, algún monumento, alguna calle, algún instituto lleve tu nombre. Tengo entendido que pocas personas han brillado tan alto en tu tierra como vos, pocos se han preocupado tanto por su terruño como vos, pocos le han dado a La Playa de Belén tanto nombre y tanto lustre.
Ojalá en un próximo aniversario de tu partida, podamos asistir a la inauguración de algún reconocimiento físico, perdurable en el tiempo y en la historia, a tu figura. Quiera Dios que la gratitud playera encuentre en tu nombre una oportunidad de manifestarse plenamente. Sueño con el día en que en La Playa o en Ocaña haya un parque lleno de orquídeas y de pájaros, los que tanto te gustaban, y en el centro tu estatua sonriente, alegre, con tus canas al viento. Te prometo que yo voy a la inauguración y hasta soy capaz de echar un discurso.
Se dice entre los escritores que hay un cielo para los poetas. Si eso es cierto, me imagino que allá tendrás un lugar privilegiado, al lado de Cote Lamus que le cantó a tus Estoraques, y de los Felibres y de tanto poeta ocañero que ha sobresalido en el parnaso colombiano. Entonces brincarán los historiadores desde su rincón, alegando que fuiste un historiador a carta cabal, lo cual también es cierto. Y los criadores de aves y los cultivadores de flores y los hacedores de sonrisas, todos, de aquí y de allá se darán su pela por estar al lado tuyo.
Porque fuiste vos (¿fuistes?) (¿fuites?) un hombre polifacético, bueno para todo. Hasta cantautor resultaste y por ahí tus paisanos pasan con frecuencia canciones tuyas. Recorro tus versos y me digo que tu exceso de modestia te impidió publicar más libros de poemas. Tu vena de agricultor te llevó a cultivar cebollas en La Playa de Belén, orquídeas en Chinácota y sueños por donde quiera que ibas. Con Irma, tu compañera, cultivaste el más grande amor de tu vida.
¡Cuánta falta nos hacés, Guido! Tal vez con vos, este derrumbamiento del país que estamos presenciando, sería menos derrumbe. Con vos, el vino sabría más a poesía. ¡Seguro!