Las últimas cifras sobre desempleo juvenil demuestran que en Colombia no hay futuro. El desempleo juvenil es el peor del Continente, y del empleo de esa franja de la población que el DANE registra, el 80% es informal.
Los muchachos venden mangos en las esquinas, hacen piruetas en los semáforos o cantan en los buses.
Durante años alertamos al país sobre los efectos letales de la revaluación del peso. No nos oyeron. Y no nos oyeron porque había demasiada gente interesada en que se mantuviera barato el dólar.
El Gobierno era el primer gran apasionado porque el peso fuera la moneda más fuerte del mundo.
De ese modo su endeudamiento externo, que contabiliza en pesos, resultaba muy moderado. También le salían baratas sus importaciones y sus contratos con transnacionales y los gastos que desembolsa en el exterior.
El Banco de la República también andaba fascinado con el peso fuerte. Siendo lo suyo controlar la inflación, vivía en el paraíso viendo a los colombianos comprar en dólares baratos lo que necesitaban y lo que no necesitaban. La revaluación era una especie de seguro contra el crecimiento de los precios.
Y eran muchos los colombianos encantados con el dólar depreciado. Nada como pagar hoteles baratos, comprar baratos perfumes franceses y paños ingleses y equipos alemanes. ¡Qué maravilla era todo aquello!
La primera causa de los dólares baratos era la lluvia del maná petrolero, claro está.
Y luego los capitales golondrina que hacían bellezas especulativas contra un dólar cada día más barato. Y para terminar, los grandes capitales que se traían como deuda.
Aquello era como milagroso. Deudas de bajo interés y al pagarlas se desembolsaban menos pesos que los que se recibieron al contratar el empréstito.
Por desgracia, no hay almuerzo gratis.
Alguien estaba pagando la cuenta de la fiesta y ese era, precisamente el que trabajaba en Colombia. Los cafeteros, los floricultores, los bananeros, los ganaderos, los exportadores de artículos manufactureros, recibían menos pesos por los mismos dólares que vendían.
Era la plena garantía de su quiebra. Y los que producían cualquier cosa en Colombia veían llegar, con horror, la competencia baratísima del exterior. No era baratísima. Lo barato era el dólar con que llegaba.
Y fue por este camino como se contrajo y empobreció la industria; como se fueron quebrando los agricultores; como nadie quería hacer turismo en un país tan caro en dólares.
El tiempo ha demostrado que no era eterna la feria. Bastó que cayeran los precios del petróleo, para que los colombianos nos encontráramos con nuestra dura realidad. No somos ricos y no lo fuimos nunca. Simplemente jugamos a serlo, porque tuvimos a precios fabulosos los pocos barriles de petróleo que el Presidente Uribe dejó instalados para que Juanpa los derrochara. El Gobierno descubrió que su deuda externa es enorme, los importadores que las cosas de fuera no viven en realización y los riquitos que no son tan baratos los perfumes franceses ni los restaurantes de los Campos Elíseos.
El problema es que el daño está hecho y repararlo será obra de titanes. Recomponer la industria, salvar el campo, pagar las deudas, no será cosa fácil. Y cuando eso pasa, millones de jóvenes esperan una oportunidad. La que les quitamos revaluando insensatamente el peso para jugar a los ricos. Ahora sí: ¿quién podrá defendernos?